COVID-19 y cisnes negros: lecciones del pasado para un mejor futuro

La peste negra y la gripe española, el crack del 29 y la Gran Recesión son algunos de los cisnes negros de la historia que nos ayudan a enmarcar la actual crisis de la COVID-19.

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18 de mayo de 2020
Credits for the first image: “A street during the plague in London with a death cart and m. Credit: Wellcome Collection. Attribution 4.0 International (CC BY 4.0)”

Hay acontecimientos que tienen una probabilidad muy baja de ocurrir y que, cuando suceden, tienen un enorme impacto y son difíciles de predecir. Son cisnes negros. Algunos ejemplos de cisnes negros son la Primera Guerra Mundial, el crack del 29, que condujo a la Gran Depresión, o la crisis financiera del 2008. También pandemias como la peste negra en el siglo XIV, la gripe española en 1918-1920 o la COVID-19 en la actualidad. En este artículo nos embarcaremos en una singladura histórica sobre algunos de estos sucesos para analizar qué cambios socioeconómicos provocaron y si la humanidad aprendió algo de ellos. La esperanza es que nos ayude a enmarcar mejor el cisne negro que estamos padeciendo en estos duros momentos.

Cisnes negros en la historia

¿Cuál es la frecuencia de estos sucesos? El economista de Harvard Robert Barro estima que, cada medio siglo (es decir, con una probabilidad anual del 2,0%), ocurren eventos que provocan una caída abrupta del PIB en alguna economía importante. Sobre sus efectos, los cisnes negros en general, y las pandemias en particular, tienen un impacto grande y persistente sobre la economía. Una investigación reciente estima que las pandemias causan daños económicos prolongados que presionan a la baja los tipos de interés durante 40 años1 dado que suelen ir seguidas de un mayor ahorro de las familias, por el temor a rebrotes y una mayor aversión al riesgo, menos oportunidades de inversión y mucha prudencia. De acuerdo con estos resultados, los efectos de la COVID-19 podrían prolongarse durante bastante tiempo, aunque al final ello dependerá en buena medida de si se producen cambios duraderos en nuestras preferencias y hábitos de consumo e inversión, y del tiempo que se tarde en descubrir una vacuna.

La COVID-19 tiene unas características que la catalogan como cisne negro: es un shock con una probabilidad baja de materializarse y con un impacto muy elevado; posiblemente también cumpla con la tercera condición para serlo, la dificultad de predecirla, aunque en este caso el debate está servido: muchos virólogos2 llevaban casi una década advirtiendo de la posibilidad de que surgieran nuevas pandemias y algunos gobiernos, como el de EE. UU., habían realizado ejercicios de simulación de escenarios de pandemias tras el brote del ébola. En cualquier caso, y más allá de este debate, es probable que en un mundo tan globalizado e hiperconectado como el nuestro, las pandemias se repitan con mayor frecuencia de la que nos pensábamos hasta hace poco (recordemos que, recientemente, ya hemos vivido varias epidemias importantes como el SARS, la gripe A, el MERS, el zika o el ébola). No es casualidad que las ciudades con un mayor dinamismo comercial en la Edad Media y la Edad Moderna –Ámsterdam, Venecia y Londres– fueran golpeadas con mayor frecuencia y virulencia por brotes de la peste. Así, es imprescindible aprender de los errores que hemos cometido con la COVID-19 para estar mejor preparados a nivel sanitario y minimizar el impacto de futuras pandemias.

 
  • 1. Véase Jorda, Ò. et al. (2020). «Longer-run economic consequences of pandemics». National Bureau of Economic Research, n.º w26934.
  • 2. Véase Wolfe, N. (2011). «The viral storm: the dawn of a new pandemic age». Macmillan.
La peste negra y la gripe española

Una de las grandes preguntas que se plantea la sociedad es si una vez superada esta pandemia volveremos a la normalidad o se producirán cambios sociales de calado. Aunque es difícil dar respuestas definitivas, una mirada histórica a las pandemias anteriores nos indica que suelen dejar una huella importante en la sociedad. Así, las primeras pandemias que asolaron el Imperio Romano (la peste antonina en los años 165-180 d. C. y la peste cipriana en 250-270 d. C.) acrecentaron la espiritualidad, lo cual favoreció la expansión del cristianismo,3 mientras que la plaga de Justiniano (541-543 d. C.) aceleró el declive del Imperio bizantino.

No obstante, si hay una pandemia que provocó cambios socioeconómicos inusitados, y que paradójicamente a largo plazo acabaron siendo positivos, fue la peste negra (1346-1351), que diezmó hasta el 60% de la población europea. Tras la peste negra, la escasez de fuerza laboral condujo a un aumento sostenido de los salarios –algo improbable que se produzca con la COVID-19 al tener una tasa de mortalidad muy baja en la población activa– y del poder negociador de los trabajadores, lo que debilitó el sistema feudal en Europa occidental. Además, en Europa los supervivientes aumentaron el consumo de forma inusitada, una excepción al patrón de mayor ahorro privado observado después de las pandemias, quizás ligado no solo al aumento de los salarios sino también a la toma de conciencia de que la vida era breve.4 Otros cambios destacables fueron que para suplir la falta de mano de obra se introdujeron mejoras tecnológicas que trajeron inventos como la imprenta de Gutenberg5 y que, en las sociedades del noroeste de Europa, la mujer empezó a integrarse en el mercado laboral. Esta sociedad más rica se volvió también más sofisticada, de tal forma que se empezaron a demandar bienes manufacturados, las ciudades atrajeron a trabajadores de zonas rurales y se formó una nueva clase media. De hecho, destacados historiadores y economistas, como Daron Acemoglu del MIT, consideran que los cambios sociales y económicos a raíz de la peste negra fueron el punto de inflexión para desarrollar en Inglaterra instituciones inclusivas en el siglo XVII que sentaron las bases para la Revolución Industrial.

Finalmente, la gripe española de 1918 también tuvo efectos importantes, aunque negativos: según un estudio reciente,6 el pánico de la población produjo un aumento prolongado de la desconfianza en las relaciones humanas en aquellos países más afectados por la pandemia. En la situación actual, si se produjera un aumento similar de la desconfianza, el comercio electrónico y la economía digital pueden verse aún más fuertemente impulsados en detrimento de las interacciones cara a cara.

Las buenas noticias son que a lo largo de la historia la sociedad ha sabido aprender de las grandes crisis que la han golpeado, tanto a nivel sanitario como a nivel económico. En el plano sanitario, la peste negra, por ejemplo, tras un breve periodo inicial caracterizado por la superstición y la desconfianza hacia los médicos, llevó a un interés mucho mayor por las ciencias médicas (con proliferación, en el siglo XV, de tratados médicos para luchar contra la peste, que se hicieron muy populares) y la puesta en marcha de comités de salud permanentes en las ciudades europeas para hacer frente a futuras pandemias. Fruto del desarrollo de instituciones sanitarias, en el siglo XVI ya se habían generalizado los controles sanitarios en las fronteras y el confinamiento de los enfermos en zonas especialmente habilitadas, lo que permitió atenuar el impacto de las nuevas oleadas de peste que se produjeron. Otro ejemplo ilustrativo proviene de la epidemia de cólera que diezmó Londres en el siglo XIX y que condujo a una mejora del alcantarillado para evitar contagios por beber agua contaminada.

Las enseñanzas de la gripe española tampoco cayeron en saco roto: sus terribles efectos (hasta 50 millones de víctimas) concienciaron a los gobiernos del gran impacto de las pandemias, lo que llevó al establecimiento de sistemas públicos de salud en la mayoría de las economías europeas y a la creación en Viena en el año 1919 de una organización para luchar a nivel internacional contra las epidemias que se puede considerar la precursora de la OMS. Otra lección particularmente valiosa para la situación actual es que las ciudades norteamericanas que fueron inicialmente más restrictivas en sus políticas de distanciamiento social terminaron experimentando en los años siguientes un mejor desempeño económico que aquellas que no lo hicieron.7

  • 3. Véase Schmelzing, P. (2020). «Eight centuries of global real interest rates, RG, and the suprasecular decline». Bank of England Staff Working Paper, n.º 845, 1311-2018.
  • 4. Véase Herlihy, D. (1997). «The Black Death and the transformation of the West». Harvard University Press.
  • 5. Véase Herlihy, D. (1997). «The Black Death and the transformation of the West». Harvard University Press.
  • 6. Véase Le Moglie, M. et al. (2020). «Epidemics and Trust: The Case of the Spanish Flu». IGIER Working Paper, n.º 661.
  • 7. Véase Correia, S. et al. (2020). «Pandemics Depress the Economy, Public Health Interventions Do Not: Evidence from the 1918 Flu». Documento de Trabajo.
La crisis de 1929 y la Gran Recesión

La sociedad también ha sido capaz a lo largo de la historia de aprender de episodios traumáticos desde el punto de vista económico. Cuando se produjo la crisis de 1929, la actitud pasiva de los gobiernos agravó la crisis y la posterior cascada de quebrantos bancarios, cierres de empresas y escalada del paro. Sin embargo, esta aciaga experiencia histórica contribuyó a que la respuesta a la Gran Recesión de 2008 fuera muy distinta, con una mayor implicación de los gobiernos de las economías más afectadas para evitar una fuerte depresión económica. Tras la segunda guerra mundial, las economías también tomaron nota de los efectos perjudiciales de las políticas proteccionistas e aislacionistas que habían implementado desde 1914, y crearon un exitoso marco de integración comercial que cimentó las bases de la globalización. El último cisne negro económico, la crisis financiera de 2008, también impulsó cambios importantes. Así, se ha hecho mucho para corregir las deficiencias identificadas en el sector financiero. En particular, los bancos deben satisfacer unos mayores requisitos de capital, liquidez y transparencia, y se ha reforzado el papel de los órganos de administración y de los supervisores.

Sin embargo, la actual crisis pone de manifiesto que ha sido un error no terminar de apuntalar la unión económica y monetaria; entre otras cosas, falta completar la unión bancaria y crear una capacidad fiscal a nivel europeo que, a corto plazo, es indispensable para dar cobertura a las elevadas necesidades de financiación actuales de los estados europeos para reconstruir su economía, pero que en última instancia es imprescindible para el buen funcionamiento de la unión monetaria.8

En definitiva, nuestro recorrido histórico sugiere que la COVID-19 es una coyuntura crítica que puede provocar cambios decisivos en la trayectoria del mundo. En particular, puede abrir la puerta a nuevas formas de producir y trabajar más sostenibles9 y a un replanteamiento de cómo y dónde queremos vivir. Además, es una oportunidad para dotar de más recursos a nuestros sistemas sanitarios, acelerar el cambio tecnológico, crear un nuevo contrato social entre generaciones y reforzar nuestros mecanismos de cooperación globales. La humanidad ya ha demostrado en el pasado que sabe aprender de cisnes negros y alumbrar un mundo mejor. Esperemos que en esta ocasión también sepamos dar con la tecla.

  • 8. Véase el artículo «Políticas económicas frente a la COVID-19: ¿se romperán las fronteras de lo imposible?» en este mismo Dossier para un análisis en profundidad.
  • 9. Véase para todos los detalles, el artículo «Cómo la COVID-19 cambiará nuestra manera de producir» en este mismo Dossier.
Créditos de la primera imagen del fotomontaje que ilustra este artículo: “A street during the plague in London with a death cart and m. Credit: Wellcome Collection. Attribution 4.0 International (CC BY 4.0)”
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