¿La «segunda década perdida» de América Latina?

América Latina va camino de vivir la peor etapa de crecimiento desde la «década perdida» de 1980. Los problemas no son solo coyunturales: el continente se benefició en el pasado de una combinación de reformas y dinamismo demográfico que no tiene visos de continuidad. El parón del crecimiento, junto con la combinación letal de elevada desigualdad y percepción de ausencia de oportunidades, son los factores de fondo de la inestabilidad social.

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Àlex Ruiz
13 de marzo de 2020
Personas caminando en Santiago de Chile

En 2019 el crecimiento de América Latina habrá sido del 0,1%, el peor entre las principales regiones emergentes. Además, no se trata de un mal año puntual: el promedio de la década 2009-2019 es el peor desde la nefasta «década perdida» de 1980-1990. Si además se le suma que en 2019 la región se ha visto asolada por graves disturbios so­­ciales y políticos, las dudas sobre América Latina se acrecientan. En esta tesitura, emergen tres grandes interro­­gan­­tes: ¿cuáles son las causas de este mal rendimiento eco­­nó­­mico? ¿cómo se explica el repunte de la inestabilidad social y política? ¿cuáles son las perspectivas a corto y largo plazo para la región?

 
Las causas del bajo crecimiento de América Latina

América Latina está sufriendo un bache de crecimiento debido a la combinación de tres factores: una evolución del precio de las materias primas que ha lastrado una región muy dependiente de dichas exportaciones, el impacto del shock de incertidumbre en materia de co­­mercio internacional y los efectos sobre la confianza de la inestabilidad política y social. Estas tres explicaciones tienen sin duda su peso, pero quizás no tanto como pueda pensarse.

Por ejemplo, en función de la relación histórica entre los precios de las materias primas y el crecimiento regional, América Latina tendría que haber crecido un 1,6% en 2019, y no el 0,1% estimado. Tampoco está tan claro que, fuera de países muy concretos como México, el shock de incertidumbre haya sido, hasta la fecha, tan negativo. Y por lo que se refiere a los disturbios sociales y los vaivenes políticos que han enturbiado el sentimiento sobre la región, dado que se han producido fundamentalmente en el tramo final de 2019, parecen más un factor agravante que una explicación de fondo.

De hecho, si se toma una visión menos cortoplacista, 2019 culmina una serie de malos ejercicios que han generado lo que ya se conoce como la (posible) «segunda década perdida». En dicha perspectiva estructural se pone de manifiesto el patrón de crecimiento tan distinto que ha seguido la región. Concretamente, en el periodo 2000-2015, el crecimiento de la productividad laboral de América Latina fue del 0,6% anual, mientras que en Europa emergente y Asia central fue del 3,2% y en el resto de Asia, del 6,1%.1 La parte del león del problema de América Latina emerge ahora con más claridad: el continente vivió años buenos en el pasado, no solo porque las materias primas estaban en un ciclo expansivo, sino porque la demografía apoyaba fuertemente el crecimiento. Si a eso se le suma que en los años noventa se habían producido reformas estructurales importantes (independencia de los bancos centrales, reglas fiscales exigentes y respetadas, liberalización y apertura comercial, etc.) que contribuyeron decisivamente a mejorar la credibilidad macroeconómica de la región (y, en particular, a aferrar las expectativas de inflación) y a anclarla en el comercio mundial, parece bastante claro que desde mediados de los 2000 se había vivido bastante del esfuerzo del pasado.

  • 1. Véase McKinsey Global Institute (2017). «Where will Latin America’s growth come from». Discussion Paper, abril.
Inestabilidad social y política

La erupción de conflictividad social ha afectado a Chile, Co­­­­lombia, Bolivia, Perú y Ecuador. Es tentador tratar cada caso como propio, pero, aunque no se puede negar que existen elementos idiosincráticos, tampoco puede ocultarse que un factor de fondo aúna todo este estallido so­­cial y político: la falta de oportunidades de un crecimiento insuficientemente inclusivo.

Como es conocido, América Latina concentra algunos de los países más desiguales del mundo. Según el Banco Mundial, entre los 20 países con un índice de Gini mayor, 12 son latinoamericanos. Mucho menos conocido es que la desigualdad ha ido reduciéndose en las últimas décadas, aunque ciertamente cada vez a un ritmo menor. ¿Por qué entonces el episodio actual de inestabilidad? El detonante clave es el parón de crecimiento: la desigualdad se toleraba en el pasado porque el bienestar que generaba Latinoamérica al crecer un 3% o un 4% alcanzaba a am­­plios segmentos de la sociedad. Cuando se obtura este me­­canismo, emerge una percepción generalizada de injusticia social: además de la desigualdad en la renta, se activa la percepción de que lo inaceptable es la desigualdad de oportunidades.

En un Dossier anterior,2 se analizó el tema de la desigualdad de oportunidades y se constató que las sociedades pueden tolerar un grado relativamente elevado de desigualdad mientras consideren que refleja una disparidad en la distribución del talento. Lo que genera una percepción de injusticia es que dicha desigualdad se vincule a factores como la familia de origen u otros no relacionados con el talento y las capacidades. Parece claro que dicha percepción está latente en fases de prosperidad, pero se activa en etapas de menor bienestar, como la actual. Asimismo, la evidencia empírica citada en dicho Dossier de­­tectaba entre los países con mayor desigualdad de oportunidades a varios de América Latina.

Sin embargo, el giro hacia un modelo de crecimiento más inclusivo no es sencillo, especialmente si debe hacerse en un contexto de poco dinamismo económico. Así, el problema politicosocial probablemente seguirá presente du­­rante los próximos tiempos, aunque no necesariamente de forma continuada.

  • 2. Véase el artículo «Igualdad de oportunidades: nivelar el terreno de juego para todos» en el Dossier del IM03/2018.
Perspectivas de crecimiento

A corto plazo, las previsiones de crecimiento apuntan a una suave recuperación: si en 2019 prácticamente no se creció, en 2020 el avance del PIB podría situarse en un modesto, pero más positivo, 1,6%. No obstante, moderado como es, este crecimiento está sujeto a riesgos importantes. Los más significativos son la evolución del contencioso comercial entre EE. UU. y sus socios comerciales y el impacto del coronavirus.

El acuerdo comercial entre EE. UU. y China contribuirá a reducir la incertidumbre global y eso beneficiará a América Latina, pero también existen elementos negativos. Concretamente, el acuerdo prevé que China aumentará en 2020 las compras de soja estadounidense en una cifra que podría ser un 66% mayor que la de 2019.3 Dado que se trata de un aumento muy significativo y que se da en un sector de una demanda relativamente rígida, es razonable pensar que en 2020 China sustituirá la soja de otros países productores por los de EE. UU. Brasil, que suministra un 54% de la soja china importada, podría ser uno de esos otros productores más perjudicados: la reducción de exportaciones hacia China podría restar hasta 0,4 p. p. al crecimiento de 2020 (el impacto sobre América Latina se­­ría de 1 décima).4

Un segundo riesgo deriva de los efectos del coronavirus en China y, por extensión, en la economía mundial. Según cálculos de CaixaBank Research, la epidemia podría restar entre 0,4 p. p. y 2,0 p. p. al crecimiento de China en 2020, que se traducirían entre –0,2 p. p. y –1,0 p. p. sobre América Latina.5

Con todo, el auténtico reto son las perspectivas a largo pla­­zo. La demografía ha sido el factor esencial para explicar gran parte del crecimiento de América Latina en las últimas décadas, mientras que el elemento que flojeaba era el avance de la productividad, muy bajo. Para la próxima dé­­cada, las perspectivas en ambos frentes no son muy halagüeñas. La demografía latinoamericana está entrando en una etapa de menor dinamismo: si entre 2009 y 2019 el aumento de la población en edad de trabajar para los cinco países de referencia de la región fue del 1,3% anual, en los siguientes 10 años será del 0,6%.

También es difícil ser optimista en el ámbito de la productividad. Su lastre más prevalente es el elevado grado de economía informal, que en ciertos países puede alcanzar la mitad de la población ocupada y que no fomenta que empresas y trabajadores apuesten por mejorar el capital humano y la inversión en intangibles.

La conclusión del análisis no es alentadora, pero, quizás, si la etapa anterior de buen crecimiento es heredera del revulsivo que representó la nefasta «década perdida» de 1980, la actual «segunda década perdida» ojalá ayude a sembrar las semillas de una prosperidad de una región que se me­­rece vivir mejor.

  • 3. El acuerdo comercial no explicita el volumen preciso de soja que deberá comprar China, pero sí el total de productos agrícolas. Para estimarlo, se asume que su peso en el total de productos agrícolas sujetos al acuerdo se mantiene en el 52%.
  • 4. El impacto podría ser menor, dado que existen dudas de la capacidad de ejecutar el acuerdo por ambas partes: el aumento de producción de soja estadounidense es exigente y la capacidad de compra china efectiva puede ser menor en el contexto de caída de consumo de soja que implica la reducción de su cabaña porcina.
  • 5. Véase el Focus «El impacto económico del temido coronavirus: ¿debemos preocuparnos?» en este mismo Informe Mensual.
Àlex Ruiz
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