2019, entre el desasosiego y la esperanza

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19 de diciembre de 2019
Figura con chubasquero amarillo enfrente de una carretera

Desasosiego es, seguramente, la palabra que mejor captura el estado de ánimo colectivo de los últimos años. 2019 no ha sido la excepción, aunque los economistas hemos seguido apuntando indicadores macroeconómicos globalmente positivos. Para entender por qué parece que el desasosiego se está convirtiendo en el estado de ánimo de nuestros tiempos, el llamado zeitgeist, tenemos que ir más allá de las principales macromagnitudes. Detrás de estas, se percibe una realidad más compleja que a los economistas nos está costando calibrar. Me refiero a fenómenos como el cambio tecnológico, la crisis en la que está inmersa la política económica y la crisis política.

Si nos fijamos en la evolución de las grandes cifras macroeconómicas, observamos que la actividad económica sigue creciendo, aunque a lo largo del año se ha ido desacelerando más de lo previsto, especialmente en varios países europeos y emergentes. Así, en conjunto, el ejercicio se acabará cerrando con un crecimiento del 2,9%, una cifra relativamente baja y cerca de medio punto inferior a la que pronosticábamos hace un año, pero que probablemente no pasará a la historia.

Sin embargo, el impacto que está teniendo el cambio tecnológico a nivel social y empresarial seguramente sí que pasará a la historia. En 2019, por ejemplo, se ha dejado sentir de forma especialmente intensa en el sector del automóvil. Al empezar el año, a los economistas nos pareció que este había entrado en un bache temporal debido a un endurecimiento de la regulación en materia de medio ambiente. Sin embargo, con el paso del tiempo se ha puesto de manifiesto que la crisis es más profunda y duradera, y que tiene como telón de fondo las dificultades de gran parte del sector para dar respuesta al desafío que le plantea el cambio tecnológico.

Hace años que el cambio tecnológico y la digitalización están revolucionando distintos sectores. Pero el sector del automóvil es especial, por su tamaño y porque su desarrollo ha jugado un papel fundamental en la definición de la era moderna. Más allá de la importancia del sector, y del simbolismo histórico, la experiencia que ha vivido en 2019 nos recuerda que, para hacer frente a la revolución tecnológica que se está produciendo, las empresas no solo deben trabajar para incorporar los últimos avances tecnológicos a sus productos y así mejorar sus prestaciones o la experiencia de sus clientes. La magnitud del cambio tecnológico que se está produciendo es tal que acaba forzando a las empresas a replantearse su modelo de negocio.

En el caso del automóvil, por ejemplo, algunas empresas que hasta la fecha solo producían coches, ahora se plantean si para seguir siendo competitivas, además de mejorar su política de innovación, deben ampliar el catálogo con otros productos, como patinetes o motos eléctricas, y si deben adentrarse en los servicios que se están desarrollando alrededor de la movilidad. Son muchos los caminos que se abren y, en función del que se escoge, las implicaciones son muy distintas. Parece evidente que no se puede permanecer inmóvil, y no todas las empresas se encuentran en las mismas condiciones para hacer frente al reto que se les plantea. Todo ello genera desasosiego, tanto a los trabajadores del sector del automóvil como a los de los otros sectores que todavía no han sido revolucionados, pero que sienten la presión cada vez más cerca.

Por si ello no fuera poco, en 2019, también ha contribuido al desasosiego constatar que los instrumentos de política económica que tradicionalmente se han utilizado para relanzar la economía se están quedando sin munición. Y es que durante el año se ha puesto de manifiesto que ni la política monetaria ni la fiscal tienen mucho margen para actuar con decisión si las cosas se acaban torciendo. La necesidad de buscar fórmulas para volver a disponer de margen de actuación, de forma efectiva y sostenible, es especialmente acuciante en la eurozona.

En este contexto, la presión sobre la acción política va aumentando, y las elecciones que se van sucediendo en los países desarrollados cada vez se viven más intensamente, porque hay conciencia de la trascendencia que el resultado puede llegar a tener. Y, sin embargo, en la mayoría de los casos el resultado acaba siendo fuente de desasosiego. Justo cuando es más necesaria la generación de amplios consensos sociales para tomar medidas profundas, para hacer frente a los retos que el cambio tecnológico y el envejecimiento de la población nos plantean, la polarización aumenta. Ello acaba traduciéndose en gobiernos más frágiles y, a menudo, con posiciones más extremas. No sorprende que en 2019 los índices de incertidumbre política hayan vuelto a repuntar en la mayoría de países.

Y, aun así, hay motivos para la esperanza. La experiencia de los sectores que están siendo revolucionados por el cambio tecnológico puede servirnos de referencia para que todos los trabajadores nos vayamos preparando, y para que las empresas vayan diseñando estructuras más flexibles que les permitan ir reorientando gradualmente las energías hacia los ámbitos con un mayor potencial, a la vez que dan un impulso a sus estrategias de innovación.

En materia de política económica, cabe destacar que la nueva presidenta del BCE ya ha anunciado que llevará a cabo una profunda revisión de los objetivos y los instrumentos de política monetaria. Y, sobre todo, en materia política, podemos confiar en que la mayoría de los países desarrollados cuentan con el mejor sistema para hacer frente a los retos que se nos plantean, una democracia liberal madura y consolidada. Quizás no es el sistema más veloz en momentos de cambios tan disruptivos como el actual, cuando el debate político es profundo y puede haber sensación de parálisis. Pero la velocidad con la que otros países con sistemas autoritarios toman decisiones no nos debe hacer dudar. Tenemos que ser pacientes y, sobre todo, mantener una actitud más empática y constructiva. Así, a me­­­dio plazo, el consenso que acabaremos generando será mucho más robusto que el que cualquier otro sistema pueda conseguir. Motivos para la esperanza, no nos faltan.

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