¿Nos hará la COVID-19 más verdes?

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8 de enero de 2021
Luz del sol filtrándose entre las ramas de unos árboles

El título de este artículo no es un chiste malo sobre los posibles efectos secundarios de las vacunas que ya se han empezado a administrar y que nos permiten soñar con el control definitivo de la pandemia. El título se cuestiona si la pandemia intensificará la lucha contra el cambio climático. Por varias razones, es probable que así sea.

En primer lugar, la COVID-19 ha hecho patente que las fuerzas de la naturaleza pueden ser devastadoras. Hemos constatado cómo eventos que se antojan remotos tienen un coste enorme cuando se materializan. Es entonces cuando miramos atrás y nos preguntamos qué podríamos haber hecho para mitigar esos riesgos que se percibían por muchos, si no la mayoría, como algo lejano. En este sentido, la pandemia debería contribuir a una mayor concienciación sobre este tipo de riesgos.

Después del desastre de la COVID-19, toca reevaluar el catálogo de riesgos a los que nos enfrentamos. Quien no tenía el del cambio climático en esta lista, es probable que lo haya puesto. Y quien lo tenía, puede haberlo puesto el primero de la lista. Ahora que ha quedado claro que no invertíamos lo suficiente en la prevención de epidemias, y en el sistema sanitario en general, es momento de preguntarnos si estamos haciendo lo suficiente en la lucha contra el cambio climático.

La pandemia también ha dejado claro que, con las estructuras productivas y los patrones de consumo actuales, la reducción de emisiones necesaria para frenar el calentamiento global tendría un elevadísimo coste en términos de actividad económica. Se estima que las emisiones globales de gases de efecto invernadero descendieron más de un 5% en 2020, una reducción que debería repetirse año tras año durante mucho tiempo para lograr los objetivos del Acuerdo de París y limitar a 2 ºC el aumento de la temperatura global. Puesto que no lo vamos a hacer si tenemos que sacrificar la actividad económica como en 2020, ha quedado patente que es necesario invertir en la transformación de nuestras estructuras productivas y promover patrones de consumo menos contaminantes.

A su vez, los planes de recuperación económica para superar la crisis provocada por la pandemia aportarán una enorme cantidad de recursos para la lucha contra el cambio climático y esto, si se hace de forma efectiva, aumentará todavía más el apoyo social ante este desafío. No deja de ser paradójico que los gobiernos estén dispuestos a dedicar más recursos a esta prioridad en un momento en el que sus cuentas han quedado tan maltrechas por la pandemia, pero nadie duda de que el momento actual requiere un importante impulso fiscal para relanzar la economía.

Puestos a hacerlo, ¿por qué no dedicarlo a facilitar la transición a una economía con menos emisiones? Un enfoque «inversor» en la lucha contra el calentamiento global tiene más probabilidades de éxito que un enfoque que prioriza impuestos y restricciones a determinadas actividades porque es mucho más sostenible políticamente. Ya vimos lo que sucedió en Francia con los chalecos amarillos en 2018, cuando Macron tuvo que dar marcha atrás al aumento de los impuestos sobre los carburantes. Las zanahorias son más efectivas que los palos y los planes de recuperación son un campo de zanahorias.

Más adelante, cuando llegue la hora de abordar el ajuste de las cuentas públicas, las medidas que se tomen también pueden tener un sesgo verde. No cabe duda de que en muchos países será necesario aumentar los ingresos fiscales para ajustar los elevados déficits públicos y reducir la deuda. Ante la decisión sobre qué impuestos aumentar, los gravámenes sobre las emisiones de gases de efecto invernadero serán un candidato obvio.

A menudo hemos caracterizado la pandemia como un acelerador de tendencias. Así ha sucedido claramente en el mundo digital donde, por necesidad, hemos aprendido a teletrabajar, a comprar y a vender más online, a practicar la telemedicina o a hacer nuestras mesas redondas virtuales. Ahora que vislumbramos el fin de la COVID-19, toca acelerar la lucha contra el cambio climático, porque estamos más concienciados de que es una lucha imprescindible y, además, porque ayudará a impulsar la recuperación.