El fenómeno de la inmigración en los países avanzados: de la percepción a la realidad

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Àlex Ruiz
17 de octubre de 2016

En una encuesta reciente, realizada en 14 países, se preguntó a los ciudadanos qué porcentaje de la población creían que era inmigrante. La respuesta promedio fue que dicha proporción era del 24%, algo más del doble que la cifra real. En algunos países la desviación era extrema: en EE. UU., la proporción de población inmigrante percibida era del 32% (12% en la realidad) y en Italia, del 30% (la cifra real era del 7%).1 No se trata de resultados atípicos, ya que se confirman encuesta tras encuesta.2 ¿Se trata del único sesgo de percepción sobre el fenómeno migratorio existente? En absoluto. En otro sondeo, se interrogaba a los británicos sobre la composición de la inmigración, distinguiendo entre inmigrantes de origen comunitario de otros procedentes de fuera de la UE. De nuevo, la percepción y la realidad divergieron, ya que se creía que un 25% de los inmigrantes eran de la UE, cuando en realidad lo eran un 37%.3 Probablemente, porque cuando el inmigrante es más semejante a nosotros, tendemos a no percibirlo como tal. Y eso importa, porque, según el Eurobarómetro, mientras un 58% de los ciudadanos de la UE tiene una percepción bastante o muy negativa de los inmigrantes de fuera de la UE, esa cifra se rebaja un tanto en el caso de los inmigrantes de la UE y se sitúa en el 36%. Si además se trata de fenómenos relativamente recientes, como los refugiados por motivos políticos, los sesgos aún son mayores: según el estudio «Humanitarian Index» de 2016, los alemanes y los franceses creían haber acogido cinco veces más refugiados sirios de los que realmente habían recibido.

Y, bien, si la percepción del fenómeno migratorio es errónea, ¿cuál es su realidad? Respecto al primer sesgo identificado, el referido al volumen o nivel total de la inmigración, cabe oponer una realidad más comedida: en 2014, para el conjunto de países de la OCDE, el stock de inmigrantes nacidos fuera del país representaba aproximadamente un 13% de la población. Se trata de una cifra que, a pesar de los fuertes vaivenes cíclicos de las economías avanzadas en los últimos años, ha variado solo de forma gradual: en 2000, la proporción era del 10%. Lógicamente, esta evolución del conjunto integra una notable disparidad de situaciones nacionales. Así, España, por ejemplo, se situaba en 2014 en una proporción del 13,2%, una cifra semejante al 13,3% de Alemania o al 13,4% de Estados Unidos, pero significativamente alejada del 28,9% de Suiza o del 28,5% de Australia, en el extremo superior de la muestra, o del 0,8% de México o del 1,7% de Japón, en el inferior. Como también difiere la velocidad a la que se ha llegado al actual stock de inmigrantes: en el periodo 2000-2014, mientras España veía aumentar en 8,4 p. p. la proporción de inmigrantes, en Israel la ratio disminuía en 8,6 p. p. Precisamente la velocidad a la que cambia el stock es uno de los factores que la literatura ha identificado como explicativos de la preocupación o ansiedad de la opinión pública sobre el fenómeno inmigratorio, preocupación que puede estar alimentando a su vez el sesgo de percepción.4

El segundo error de percepción antes mencionado se centra en el ámbito de las categorías o tipologías de migrantes, especialmente en las que podríamos denominar «no tradicionales», como los asilados por causas humanitarias. En 2014, y como viene sucediendo en los últimos años, la principal tipología de inmigrantes que entraron en los países de la OCDE fueron lo que se denominan «migraciones familiares», llegando a representar un tercio de todas las entradas de inmigrantes.5 La segunda categoría son los inmigrantes que proceden de países con acuerdos de libre movimiento de personas (situación que afecta principalmente a los países europeos, sean o no comunitarios). Estas dos categorías representan cerca de dos tercios de las entradas de inmigrantes en la OCDE. La tercera tipología, a notable distancia de las anteriores, es la de los inmigrantes por motivos laborales. Son aún menores las entradas de inmigrantes por motivos humanitarios y aquellas que se denominan «familiares de los trabajadores».6

Por tanto, el sesgo que podemos denominar de composición, esto es la diferencia entre tipología de inmigrantes realmente registrada y la percibida, queda puesta de manifiesto en las cifras anteriores. Una parte importante de los inmigrantes (en especial, los que se mueven bajo la categoría del libre movimiento de personas europeo), probablemente, tienden a ser percibidos como más semejantes a los habitantes de los países de destino, con lo cual el sesgo que se produce es, como hemos visto, el de infraestimar su importancia. En cambio, categorías nuevas, que habitualmente reciben notable atención mediática, como los refugiados por motivos humanitarios, se sobreestiman significativamente y además se tiende a pensar que es un fenómeno reciente cuando, en realidad, es un flujo de entrada bastante recurrente en el periodo de 2008 a 2014.

Estos dos sesgos –el del nivel y el de la composición– no son en absoluto curiosidades académicas. Las percepciones ciudadanas condicionan, de una forma u otra, la calidad de la convivencia, las posibilidades de integración y las políticas de inmigración (para una revisión de las mismas véase el artículo «Las políticas de inmigración: no solo entrar sino también integrarse», en este mismo Dossier). Por tanto, es más fácil (o más bien, menos difícil) diseñarlas adecuadamente si la realidad de la inmigración es conocida por los actores económicos. Además, las tendencias de futuro apuntan a que, en los países avanzados, el crecimiento de la población se equiparará, en gran medida, al crecimiento vía inmigración.

Según las Naciones Unidas, entre 2015 y 2050, el crecimiento vegetativo de la población (nacimientos menos defunciones) de los países de rentas altas será aproximadamente de 20 millones de personas, mientras que la aportación de la inmigración neta será de 90 millones o, lo que es equivalente, un 82% del crecimiento de la población derivará de la inmigración. No obstante, no hay que perder de vista que, en los países avanzados, la proporción de inmigrantes sobre la población pasará de representar una cifra del orden del 13% de la población en 2015 a un 18% en 2050. Un cambio importante pero no, en cualquier caso, un giro copernicano en la composición de las sociedades avanzadas.

A pesar de todo, y vista esta proyección, es importante que el fenómeno migratorio, al menos, se perciba en términos realistas, y no de mitos o bulos. Se atribuye al sociólogo Auguste Comte la frase «la demografía es el destino». Parafraseándole, y con las proyecciones anteriores en la mano, la inmigración es el futuro para muchas sociedades avanzadas y para prepararse, mejor partir de un análisis basado en hechos. Confiemos en que el presente Dossier, que integra artículos que exploran las políticas migratorias («Las políticas de inmigración: no solo entrar sino también integrarse»), los efectos económicos de la inmigración («El impacto económico de la inmigración») y algunos aspectos del caso español («Fenómeno migratorio en España: ¿de la inmigración a la emigración?»), sea nuestro grano de arena para construir una imagen ajustada a la realidad de una dinámica de presente y de futuro de importancia cabal.

Àlex Ruiz

Departamento de Macroeconomía, Área de Planificación Estratégica y Estudios, CaixaBank

1. Ipsos MORI (2014), Encuesta «Perceptions are not reality: Things the world gets wrong».

2. Por ejemplo, en una encuesta anterior, de Transatlantic Trends (2010), se situaba la proporción de inmigrantes sobre la población total percibida en el 25% en Italia, frente a la realidad del 7%, o del 39% en EE. UU., frente al 14% real.

3. Ipsos MORI (2016), Encuesta «European Union, the Perils of Perception».

4. Véase, World Migration Report 2011, International Organization for Migration.

5. Las migraciones familiares son las que integran familiares directos de un ciudadano residente en el país, ya sea nacional o extranjero, como su esposa o hijos.

6. En esta categoría se incluyen, por ejemplo, los reagrupamientos de familias algunos de cuyos miembros han llegado al país de destino previamente.

Àlex Ruiz
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