Mercado laboral y demografía

Los retos del envejecimiento: una nueva sociedad, una nueva economía

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Joven, adulto y anciana con abrigo rojo caminando en un soportal

Gracias a los avances médicos y a la mayor calidad de vida, la frase de Quevedo «todos deseamos llegar a viejos, y todos negamos que hayamos llegado» cada vez se podrá aplicar a un mayor número de nuestros lectores y lectoras, en un momento u otro. En efecto, el envejecimiento de la población en las sociedades avanzadas es un fenómeno silente e imparable que tendrá un impacto indudable sobre las variables macroeconómicas y financieras... pero no solo eso. El envejecimiento tendrá un impacto mucho más amplio y transversal que moldeará el tipo de sociedad en el que viviremos y planteará una serie de retos inexcusables en materia económica y social. En este artículo arrojaremos algo de luz sobre esta y otras cuestiones al analizar el impacto del envejecimiento sobre la sociedad, el tipo de economía a la que bascularemos y los principales retos a los que nos enfrentaremos en el plano intergeneracional.

Empecemos por la esfera social, una dimensión que los economistas tienen cada vez más presente dadas las importantes interacciones entre la sociedad y la economía. Una de las cuestiones más importantes a dirimir es cómo cambiarán las preferencias de la sociedad debido al mayor peso relativo de las generaciones más longevas. Pues bien, en un artículo reciente, un grupo de economistas1 analizaban la actitud frente al riesgo de un grupo de ciudadanos alemanes y holandeses a lo largo de su ciclo vital. La conclusión del estudio era inequívoca: a medida que envejecemos, tomamos menos riesgos. En concreto, un aumento de 10 años en la edad mediana de la sociedad reduce la toma de riesgos de modo sustancial hasta un nivel que correspondería a una reducción del 2,5% de la inversión en renta variable o del 6% en el número de personas que trabajan por cuenta propia. Ello implica que las sociedades más envejecidas serán posiblemente más adversas al riesgo, lo que puede tener un sinfín de repercusiones en el comportamiento económico, político y social de las personas. Así, por ejemplo, los economistas de la Universidad de Chicago Lubos Pastor y Pietro Veronesi2 han documentado que el apoyo a los partidos populistas es significativamente mayor entre aquellos votantes más adversos al riesgo, toda vez que estos votantes toman decisiones financieras y de consumo más seguras y, por tanto, menos sensibles a la incertidumbre política y económica.

Una sociedad más adversa al riesgo también puede condicionar de forma importante la velocidad del proceso de cambio tecnológico que estamos presenciando. Así, por ejemplo, se ha documentado que un mayor peso de los trabajadores de entre 50 y 59 años retrae la innovación medida con el número total de patentes.3 No obstante, conviene matizar que el efecto neto del envejecimiento sobre la innovación y la tecnología todavía está en discusión. El economista de MIT, Daron Acemoglu, por ejemplo, ha mostrado que en el sector industrial los robots son mucho mejores sustitutos de las ocupaciones realizadas por las personas de mediana edad que de aquellas realizadas por las personas mayores. A partir de este dato, Acemoglu ha comprobado que en aquellas sociedades más envejecidas –y, por tanto, con una mayor escasez relativa de trabajadores de mediana edad– se utilizan más robots por trabajador.4 De esta forma, sociedades más envejecidas como Alemania, Corea del Sur o Japón cuentan con una demanda mayor de robots industriales que sociedades más jóvenes como EE. UU. o Reino Unido, y, de hecho, la brecha puede aumentar con las mayores necesidades de automatización en el sector de la salud en las sociedades envejecidas.

En cuanto a los patrones de consumo y al tipo de economía que se configurará, el envejecimiento de la sociedad también tendrá un impacto nada desdeñable. La principal característica de la «economía plateada» –término que designa a la economía de las personas con más de 50 años– es una expansión del sector servicios impulsada por las mayores necesidades en el terreno sanitario y también previsiblemente por un aumento del turismo y de actividades culturales en una sociedad que deberá lidiar con el problema de la soledad (el 42% de las personas que viven solas en España actualmente ya tienen más de 65 años). Así las cosas, la «economía plateada» ofrecerá nuevas oportunidades de negocio y su peso aumentará a marchas forzadas: según la Comisión Europea esta economía contribuirá al PIB de la UE en 6,4 billones de euros en 2025 (un 32% del PIB), casi el doble que en la actualidad, y generará 88 millones de puestos de trabajo (el 38% del total).

Además, debemos tener en cuenta que la mayor longevidad entrañará que las personas permanezcan activas más tiempo en el mercado laboral y desarrollen actividades profesionales por un tiempo más prolongado. Ello generará unas mayores necesidades de acondicionar las casas, los lugares de trabajo y los medios de transporte a las necesidades de estos trabajadores para que puedan vivir y trabajar de forma autónoma.

Cabe destacar que una parte importante de la «economía plateada» corresponderá a servicios sanitarios y de dependencia. La Comisión Europea estima que el gasto público en partidas relacionadas con el envejecimiento aumentará en 1,7 p. p. entre 2016 y 2070 en la eurozona hasta el 26,7% del PIB. Sin embargo, existe una gran incertidumbre sobre este tipo de estimaciones dado que dependen de factores como la tecnología –se espera que los avances en el ámbito de la salud sean especialmente potentes– y la morbilidad –¿más años de vida implicarán más años de salud o más personas mayores vivirán con mala salud? El elemento de la morbilidad no es menor: controlar correctamente el gasto sanitario próximo al deceso puede reducir hasta un 40% el gasto sanitario atribuido a la edad.5

Sea como fuere, estas mayores necesidades de gasto público deberán ser financiadas de alguna forma, lo que puede generar presiones e incertidumbres en torno al sistema fiscal y a la redistribución intergeneracional. Al final, las consecuencias del envejecimiento dependerán del tipo de tributación a la que afecten: los efectos intergeneracionales serán mucho mayores si recaen sobre las cotizaciones y las rentas del trabajo que si recaen sobre el consumo. El debate en torno a qué generación deberá soportar el mayor peso de la carga fiscal será enconado y puede provocar una brecha generacional entre mayores y jóvenes si los gestores públicos no aciertan a equilibrar los intereses de todas las generaciones sin hipotecar el presente por el futuro. El buen tino de los gobernantes será fundamental dado que, en una sociedad con una mayor prevalencia de las personas mayores, es muy posible que en los procesos electorales se configuren mayorías partidarias de una redistribución intergeneracional muy sustancial de los trabajadores a los jubilados.

De hecho, es interesante tener bien presente que estas tendencias de redistribución intergeneracional ya han empezado a dejarse ver, tal como muestran dos datos. El primero es que, en los últimos 30 años en Europa, la renta disponible de los adultos jóvenes (entre 18 y 25 años) ha caído por primera vez por debajo de la renta promedio del conjunto de la población, mientras que las personas mayores han sido la única franja de edad que ha visto aumentar su renta relativa. El segundo es que el porcentaje de personas mayores en riesgo de pobreza en la UE ha bajado del 20,3% al 14,6% y, en cambio, ha aumentado en todas las cohortes más jóvenes, las cuales ya tienen un porcentaje mayor en riesgo de pobreza que los mayores de 65 años (véase el segundo gráfico). Estos datos confirman la percepción de que ya empiezan a asomar ciertos problemas de justicia intergeneracional que se explican por los problemas de las personas jóvenes para acceder al mercado laboral frente a unas cohortes de edades más avanzadas que gozan de mayores protecciones para hacer frente a los shocks económicos adversos.

En definitiva, el envejecimiento de la población es un fenómeno que ha venido para quedarse y que trae consigo una retahíla de cambios profundos en las preferencias de la sociedad, la forma de organizar la economía y el modo de redistribuir los recursos entre generaciones. Los retos serán arduos, pero la buena noticia es que contamos con unas generaciones mayores llenas de proyectos y de vitalidad que seguro que contribuirán a que el envejecimiento demográfico se convierta en una oportunidad para nuestras economías.

1. Véase Dohmen et al. (2017), «Risk Attitudes Across the Life Course», The Economic Journal.

2. Véase Pastor, L. y Veronesi, P. (2018), «Inequality Aversion, Populism and the Backlash Against Globalization», NBER Working Paper.

3. Véase Aksoy, Y. et al. (2015), «Demographic structure and macroeconomic trends», Documento de Trabajo n.º 1528 del Banco de España.

4. Véase Acemoglu, D. y Restrepo, P. (2017); «Demographics and robots», NBER Working Paper.

5. Véase López-Casasnovas, G. (2015), «Envejecimiento y cambio de coordenadas demográficas. Algunas reflexiones acercas de su impacto con el gasto sanitario», Colección Health Policy Papers 2016-02.

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Demografía Desigualdad
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