Infraestructuras y emergentes: un cóctel distinto para cada etapa de desarrollo

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Àlex Ruiz

En 2012, la inversión anual en infraestructura a nivel mundial fue de aproximadamente 4 trillones de dólares estadounidenses. En 2025, se podrían alcanzar los 9 trillones de dólares. Un 60% de este montante se gastará en infraestructuras de la región del Asia-Pacífico.1 La demanda de inversión en los emergentes será, por tanto, un motor esencial del desarrollo infraestructural mundial en las próximas décadas. Uno de los ejemplos más tangibles de esta dinámica es la iniciativa que popularmente se conoce como Nueva Ruta de la Seda. Aunque todavía no es un proyecto plenamente definido, debería unir en un futuro a 65 países de Asia, África y Europa, bien mediante una serie de megaproyectos terrestres, bien por todo un conjunto de instalaciones portuarias. Incluirá, como mínimo, seis grandes corredores económicos, implicará una inversión total que podría situarse alrededor de los 6 billones de dólares americanos (aproximadamente la mitad del PIB chino actual) y debería estar finalizado hacia 2050. Su importancia económica promete estar a la altura de lo descomunal de la iniciativa, ya que estrechará los flujos comerciales de un mercado potencial que alcanza el 40% del PIB mundial y unos 4.400 millones de personas. En definitiva, en el futuro próximo, hablar de grandes infraestructuras será en gran medida equivalente a tratar sobre los proyectos que los emergentes necesitan. Y esa es precisamente la cuestión que este artículo tratará de dilucidar: ¿se pueden identificar algunas características que deberían compartir las infraestructuras emergentes a fin de que contribuyan decisivamente a avanzar en la senda del desarrollo socioeconómico?

El punto de partida de este ejercicio implica disponer de una cierta taxonomía de los emergentes en función de su grado de desarrollo socioeconómico. Los enfoques habituales van desde establecer conjuntos de emergentes en función de la renta per cápita a fijar categorías según sus características cualitativas. En el presente artículo se opta por partir de la clasificación del World Competitiveness Report (WCR), que combina ambos elementos e identifica tres grandes grupos de países en función de su desarrollo.2 Las economías emergentes que convencionalmente el lector tiene en la cabeza se sitúan en las dos primeras categorías (que nosotros denominaremos «emergentes incipientes» y «emergentes consolidados»), mientras que en la tercera están las economías avanzadas.

Pero además de estas categorías principales, el WCR identifica algunas economías que han conseguido «escapar» de su grupo y que están transitando hacia el siguiente nivel de desarrollo. Así, por ejemplo, mientras la India está encuadrada en la etapa de emergentes incipientes, Filipinas o Vietnam están en transición hacia la etapa de emergentes consolidados. Partiendo de esta clasificación, la pregunta a responder es: ¿cuán distintas son las infraestructuras de los grupos de transición respecto a las de su grupo precedente? A fin de realizar esta comparación, se va a proceder a caracterizar las infraestructuras mediante la identificación de 11 dimensiones críticas, que van de la calidad de las carreteras hasta la calidad de la infraestructura digital (véanse los gráficos adjuntos, para el detalle de las categorías). Dicha identificación permitirá comparar la dotación infraestructural promedio de un emergente incipiente con la que tiene, en media, un país que ya está transitando hacia la etapa de emergente consolidado, o contrastar la dotación promedio de la etapa de emergente consolidado con la de aquellos países que están camino de la etapa de economía avanzada.

De este análisis se desprende que, como cabía esperar, para superar su actual estadio de desarrollo, las economías emergentes deben mejorar en todas sus dimensiones infraestructurales: las infraestructuras de los países de referencia baten a sus antecesores en prácticamente todas y cada una de dichas dimensiones. Pero hecha esta aseveración general, abundan los matices prescriptivos. En primer lugar, pasar de emergente incipiente a situarse en transición hacia ser un emergente consolidado se asocia a un salto infraestructural mayor que el que se observa al abandonar la categoría de emergente consolidado. Un segundo aspecto a destacar es que la necesidad de mejorar en todas las tipologías de infraestructuras no implica necesariamente que todas ellas sean igualmente críticas. Los datos constatan que la distancia de cada grupo de emergente con el conjunto que transita hacia la siguiente etapa de desarrollo es menor en materia de las infraestructuras que podríamos denominar tradicionales (carreteras, puertos, energía, etc.) que en las vinculadas con las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación (TIC). En definitiva, en la vía del desarrollo, primero se actúa sobre los ámbitos tradicionales para después atacar el frente de las infraestructuras TIC.

Siendo esta la evolución por grandes grupos, es útil particularizar algunos países. La India está enclavada en el grupo de economías incipientes. Como es conocido, los distintos Gobiernos han enfatizado que se deben mejorar infraestructuras para abandonar su actual estadio de desarrollo. ¿Cuál ha sido el resultado de este esfuerzo inversor? Paradójicamente, a día de hoy, el país dispone de mejores infraestructuras tradicionales no solo que sus socios de categoría sino también que la de sus referentes que se sitúan en el siguiente estadio de desarrollo. En cambio, y aunque se destaca habitualmente su importancia como gran fuente de subcontratación de TIC, lo cierto es que en este ámbito la calidad de las infraestructuras en el conjunto del país es baja.

Otro caso informativo es el de Rusia, un país que queda clasificado como en transición de emergente incipiente a consolidado. El discurso habitual es que en dicha transición el país ha embarrancado, sin ser capaz de dotarse de los elementos para saltar a la siguiente etapa. Sin embargo, cuando se analiza su dotación infraestructural, se percibe que, en realidad, el país parece haber hecho un importante esfuerzo de priorización. Destaca positivamente, incluso cuando se compara con los mejores emergentes, en aspectos como el transporte aéreo, el ferroviario y algunas de las infraestructuras TIC. ¿El precio? Asumir mala calidad en infraestructuras como las carreteras, por ejemplo.

¿Y China? El gigante asiático es, en nuestra terminología, un emergente consolidado. El país, como es sabido, ha hecho pivotar gran parte de su modelo tradicional de crecimiento sobre el esfuerzo inversor doméstico. Como resultado, previsible, su dotación de infraestructuras tradicional es buena. Pero en cambio, aunque quizás con la misma gravedad que en la India, el país está un paso atrás en infraestructuras TIC. Si la apuesta de futuro es bascular hacia un mayor peso de los servicios, especialmente de alto valor añadido, el esfuerzo inversor debería canalizarse hacia este último tipo de infraestructuras.

Un cuarto emergente que tiende a atraer la atención en materia infraestructural es Brasil. Repetidamente se ha achacado a los cuellos de botella productivos, ergo infraestructurales, los problemas recurrentes de sobrecalentamiento que sufría el país cuando aceleraba su crecimiento. Los datos corroboran esta visión. Brasil, una economía emergente consolidada, está lejos de sus referentes, tanto en infraestructuras tradicionales como en muchas de las infraestructuras TIC, lo que hace poco probable un salto inmediato a menos que se actúe con decisión.

Finalmente, prestemos atención a un país singular, Malasia. La mayor parte de los emergentes mantiene una dotación infraestructural que se corresponde de forma bastante ajustada a su renta per cápita. Pero ese no es el caso de Malasia, cuyas in­­fraestructuras son claramente mejores que las que cabría esperar para su estadio de desarrollo. Es un caso que hace prever una probable mejora de su potencial de crecimiento y que se entiende mejor cuando se recuerda que gran parte de la estrategia del país pasa por aunar sus lazos con una de las economías más avanzadas del globo, la de Singapur.

Revisado el mix de infraestructuras de los emergentes, y detectada la composición a la que se debería aspirar, ahora la cuestión es saber cómo se llega hasta ahí, y, en particular, cómo se llega en un mundo de recursos escasos. Aunque un análisis profundo de la cuestión supera los objetivos de este artículo, sí que conviene retener que la literatura sobre la financiación de infraestructuras ha enfatizado la importancia creciente que tendrá en el futuro para los emergentes una modalidad de financiación específica, las llamadas asociaciones público-privadas (más conocidas como PPP, por sus siglas en inglés). Frente a la financiación y el desarrollo totalmente público habitual históricamente y, en especial, en los países desarrollados, el PPP es una modalidad en auge en los países emergentes. Según datos del Banco Mundial, el stock de capital público financiado por esta modalidad ha pasado de ser prácticamente nulo a equivaler a un 3% del PIB en los países emergentes en 2013, mientras que en los avanzados se estimaba una importancia unas 10 veces menor.

En resumen, para la mayor parte de emergentes estudiados, la «receta», si fuésemos tan atrevidos como para ofrecer una, parece pasar por, una vez se han dotado de las infraestructuras básicas tradicionales, intensificar las apuestas por las infraestructuras TIC, que prometen al menos la posibilidad de facilitar saltos mayores en el desarrollo. Asimismo, y dados los retornos más inciertos de estas infraestructuras respecto a las convencionales y a las restricciones de recursos públicos que muchos de estos países padecen, parece recomendable disponer de alguna modalidad de participación privada que se sume a la pública. En definitiva, en el combinado óptimo de infraestructuras, cuanto más avanzado sea el emergente, mayor dosis de TIC y PPP en el cóctel.

Àlex Ruiz

Departamento de Macroeconomía, Área de Planificación Estratégica y Estudios, CaixaBank

1. PricewaterhouseCoopers (2015), «Capital project and infrastructure spending». Outlook 2025.

2. Las economías de la etapa 1, que en la nomenclatura del WCR se denominan «impulsadas por la acumulación de factores productivos» (factor-driven), son países cuya renta per cápita se acostumbra a situar por debajo de los 2.000 dólares; las de la etapa 2 («impulsadas por la eficiencia» o efficiency-driven) están entre los 3.000 y los 9.000 dólares, y, finalmente, las de la etapa 3 («impulsadas por la innovación» o innovation-driven) superan los 17.000 dólares.

Àlex Ruiz
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Emergentes Inversión
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