Riesgo político en la Europa emergente: ¿hasta qué punto debemos preocuparnos?

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Los principales países de la Europa emergente han copado recientemente buena parte de la atención mediática en el continente europeo a raíz de los desacuerdos con la UE sobre las cuotas de refugiados. Sin embargo, ello no ha surgido por generación espontánea: tras estas desavenencias subyacen los profundos cambios políticos que se han producido en la región desde la crisis económica de 2008. Si echamos un vistazo a la región, vemos que han llegado al Gobierno partidos que abogan por políticas heterodoxas con el fin de desmarcarse de los patrones de las democracias occidentales. Estas opciones políticas son principalmente Fidesz, liderado por Viktor Orbán en Hungría y que gobierna desde 2010, y Ley y Justicia en Polonia (en el poder desde 2015). A estas hay que sumar el movimiento ANO11 del multimillonario Andrej Babiš en la República Checa, que ha constituido un gobierno en minoría tras su victoria electoral de este otoño, y la extrema derecha búlgara, que participa en el gobierno de coalición de su país. Pero ¿hasta qué punto esta nueva configuración política en la Europa emergente entraña un aumento del riesgo político?

Para empezar, cabe decir que los distintos índices de calidad democrática apuntan a un descenso relativamente moderado y reciente de esta variable en la Europa emergente: el índice agregado del Economist Intelligence Unit, que abarca una escala entre el 0 y el 10 de menos a más democrático, ha pasado de 6,83 en 2015 a 6,68 en 2016. Destaca el retroceso de Polonia, a causa de una puntuación baja en funcionamiento de gobierno y cultura política y, en menor medida, de Hungría, debido a una evaluación poco positiva de la participación política. Esta erosión es un reflejo de las características de las «democracias iliberales» en Hungría y Polonia: mayor poder gubernamental, creciente intervencionismo económico y mayor control sobre algunos de los pilares que ejercen de contrapesos al poder ejecutivo (poder judicial, medios de comunicación...).

A pesar de que el deterioro de estos índices es motivo de in­­quietud, hay que situar las cosas en su justa medida: los go­­biernos de estos países combinan una retórica con ribetes populistas, para aumentar apoyos, con unas dinámicas prag­­má­­ticas que suelen acabar por imponerse o, al menos, por modular el alcance de las políticas implementadas. En este sentido, en Hungría se han aplicado medidas proteccionistas que han perjudicado notablemente a algunos sectores estratégicos con un elevado porcentaje de titularidad extranjera (aumento de los gravámenes en telecomunicaciones, banca y energía), pero en los últimos años esta tendencia se ha suavizado con medidas como el acuerdo de 2015 con el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo, que contempla la reducción de los impuestos bancarios en 2016-2019 y un menor peso del sector público en la banca. Actualmente, Polonia es el principal foco de riesgo en la región. Hasta la fecha, el Gobierno está llevando a cabo medidas impositivas similares a Hungría y se encuentra inmerso en una agria polémica con la UE debido a una reforma judicial que minaría la independencia de los jueces. Sin embargo, el sello pragmático podría acabar imponiéndose. Un primer síntoma es que el plan inicial para convertir las hipotecas en francos suizos a la moneda local1 parece haberse desechado, lo que ha insuflado algo de tranquilidad en el sector bancario. Hay un elemento que coadyuva a reforzar la hipótesis pragmática: Fidesz y Ley y Justicia no son unos recién llegados (el primero fue creado en 1988 y el segundo, en 2001), pero han ido virando de posiciones conservadoras tradicionales hacia posiciones más heterodoxas para ensanchar su base de apoyos.

Cabe destacar que, por ahora, los mercados financieros no han penalizado a los países de la Europa emergente de forma severa: los spreads de los bonos soberanos de los países de la Europa emergente a largo plazo se han mantenido en niveles contenidos respecto al bono alemán a pesar de algunos repuntes puntuales en Hungría. En dicho país, los mercados financieros han sido bastante benévolos y han comprado esta visión pragmática. Así, por ejemplo, la deuda pública húngara en manos de extranjeros creció de forma significativa entre 2010 y 2014, aunque el porcentaje ha disminuido en estos últimos años. Las políticas fiscales responsables y la reducción del déficit que ha llevado a cabo el Ejecutivo de Orbán durante estos años a buen seguro han contribuido a que el país magiar haya tenido un buen acceso a los mercados financieros a pesar de los diversos encontronazos con el FMI y la UE. En Polonia, el escenario se atisba algo más preocupante, aunque se antoja prematuro emitir un diagnóstico certero tras solamente dos años de gobierno de Ley y Justicia. Uno de los principales focos de atención de los mercados es el impacto que tendrán sobre las finanzas públicas las políticas fiscales expansivas que se están emprendiendo, ya que se teme que puedan generar un aumento excesivo del déficit. S&P ha recogido estas preocupaciones y ha rebajado la calificación de la deuda soberana de A– a BBB+.

Pero ¿qué causas explican el apoyo a los partidos no convencionales?2 Utilizando los datos de la encuesta European Social Survey de las oleadas de 2012, 2014 y 2016 en Polonia, Hungría y República Checa, observamos que un 47,6% de la varianza explicada del voto hacia dichos partidos está relacionada con cuestiones culturales y demográficas, el 21,3% con indicadores de confianza en las instituciones y el 18,2% con motivos económicos. Factores como el sentimiento religioso, la edad y la preocupación por la desigualdad emergen como clave para los votantes de dichos partidos. De hecho, el aumento de la desigualdad en estos países desde el desmembramiento de la URSS puede haber creado un sentimiento favorable para las perspectivas electorales de estos partidos, que priman medidas de protección económi­­ca y social en su oferta electoral. Por el contrario, Europa no parece ser un factor preponderante: solamente un pírrico 3% de la varianza explicada del voto a estos partidos se explica por la preocupación sobre la UE y, además, el grado de identificación con la UE es mayor en Polonia y Hungría que en el promedio de Europa occidental. Con todo, la importancia que confieren estas sociedades a los factores culturales ha generado un significativo grado de oposición respecto a la política migratoria común. Ello podría provocar la mutación del actual pragmatismo hacia posiciones más beligerantes si estos países ven amenazada su identidad cultural ante nuevas presiones migratorias que no se gestionen atinadamente por parte de la UE.

Finalmente, hay que hacer un pequeño repaso a las relaciones geopolíticas de Europa del Este y al complicado juego de equilibrios que debe hacer la región. En este sentido, los gobiernos de Polonia y Hungría son conscientes de que, a pesar del significativo nivel de europeísmo de sus sociedades, existen temas como la unión monetaria o la anteriormente mencionada política migratoria que sí que suscitan una oposición considerable entre la ciudadanía.3 Estos gobiernos han aprovechado dicha circunstancia para adoptar posiciones euroescépticas sobre estos temas para reforzarse internamente y ganar más apoyos. Precisamente, la oposición a las cuotas de refugiados en estos países puede permitir un reforzamiento del Eje de Visegrado, la alianza regional formada por Hungría, República Checa, Polonia y Eslovaquia. Finalmente, es difícil que se produzca un acercamiento a Rusia que vaya mucho más allá de intereses estratégicos, ya que las cicatrices que dejó la URSS son demasiado recientes. El enfoque de Orbán encarna de nuevo esta línea pragmática: la cooperación con Rusia se ha centrado en temas estratégicos como el sector energético (la Europa emergente tiene una gran dependencia energética de Rusia) o las relaciones comerciales, pero no se ha intensificado en temas que revisten un cariz más político o territorial.4

En suma, las transformaciones políticas en la Europa emergente han sido muy profundas, pero el riesgo político continúa situándose en cotas moderadas. En este sentido, conviene no perder la perspectiva: haciendo un símil meteorológico, indudablemente ha habido algunas rachas fuertes de viento, pero no hemos sufrido el temido vendaval populista que algunos agoreros anunciaban. No obstante, la importancia que otorgan estas sociedades a los factores culturales y demográficos podría provocar en sus gobernantes tentaciones de elevar el tono y abandonar el pragmatismo, lo que generaría fricciones más intensas en el seno de la UE. Confiemos, empero, que la cordura y la finezza prevalezcan.

Javier Garcia-Arenas

Departamento de Macroeconomía, Área de Planificación Estratégica y Estudios, CaixaBank

1. Más de 500.000 hipotecas denominadas en moneda extranjera, la mayoría en francos suizos, fueron contraídas por ciudadanos polacos antes de 2008. El plan inicial suponía la conversión forzosa de los préstamos en moneda foránea a zlotys mediante un tipo de cambio histórico, teniendo que absorber los bancos las pérdidas resultantes.

2. Incluimos a otros partidos como Jobbik (Hungría) y Libertad y Democracia Directa (Chequia).

3. Según el Eurobarómetro de noviembre de 2017, un 57% de los polacos están en contra de la Unión Monetaria y Económica, y un 43% se oponen a una política común migratoria.

4. Véase Buzogány, A. (2017), «Illiberal democracy in Hungary: authoritarian diffusion or domestic causation?», Democratization.

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Integración europea Política Unión Europea
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