Asia emergente: pasado, presente y, claramente, futuro

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5 de junio de 2014

Los principales países que integran lo que comúnmente se conoce por Asia emergente son China, India, Filipinas, Indonesia, Malasia, Tailandia y Vietnam, aunque la región sea mucho más amplia (el FMI, por ejemplo, incluye un total de 29 países). Tanto el epíteto «emergente» como la presencia en la lista de China y la India sugieren en seguida que la evolución económica del conjunto del área ha sido positiva durante los últimos años, pero los datos no dejan de asombrar. Como se refleja en el primer gráfico, mientras que en 1980 la región representaba el 7,5% del PIB mundial, una cifra que quedaba lejos del 24,9% de EE. UU. o del 30,9% de la Unión Europea, en 2010 su peso se había disparado hasta el 23,3%, superando con claridad el 19,9% de EE. UU. y el 20,3% de la Unión Europea. Ante las múltiples preguntas que ha originado esta excelente evolución, intentaremos responder de forma sencilla a dos: ¿cómo consiguió conquistar el Asia emergente esta posición?, y, sobre todo, ¿tiene esta tendencia continuidad?

Antes de empezar a analizar las principales características de la región es oportuno hacer un breve paréntesis para destacar que las diferencias entre los distintos países que la integran han sido y siguen siendo sustanciales. Sobresalen, en la parte alta de la lista, Malasia, China y Tailandia, con un PIB per cápita en paridad del poder de compra de 16.000, 8.600 y 9.000 euros, respectivamente. En el lado opuesto, Nepal, Myanmar y Bangladesh presentan un PIB per cápita alrededor de los 1.500 euros. Conscientes, pues, de que el bloque asiático es profundamente heterogéneo, analizaremos aquellos factores que lo caracterizan y que han convertido el conjunto de la región en uno de los principales bloques económicos del globo.

Uno de los factores que ha acompañado el crecimiento de la región durante las últimas décadas es el fuerte aumento del crédito, circunstancia que a menudo ha suscitado dudas sobre la sostenibilidad del nivel de actividad que ha alcanzado la región. Pero si bien es cierto que el porcentaje de crédito pri­­­vado con respecto al PIB ha aumentado de forma considerable durante las últimas décadas, en general ha sido un proceso de convergencia natural, ya que el sistema financiero estaba muy poco desarrollado: en los principales países del Asia emergente, la ratio de crédito privado sobre el PIB representaba en 1980 solamente el 35,6%, y alcanzó en 2010 el 98,2% del PIB (en EE. UU., el crédito privado ya representaba el 94,2% del PIB en 1980). En este aspecto, sin embargo, es preciso destacar también la falta de homogeneidad de la región. En general, es en los países más maduros desde el punto de vista económico donde esta ratio es mayor, como Malasia, donde se sitúa en el 117% del PIB. En cambio, en Indonesia, con un PIB per cápita de 4.700 euros, se queda en un 29,0%.

Asimismo, cabe resaltar que el aumento del crédito se ha producido manteniendo la financiación externa en cotas moderadas. En el conjunto de la región, la deuda externa alcanzó su punto álgido en 1998, cuando se situó en el 35% del PIB. A partir de en­­­tonces descendió hasta el 15%, cifra en la que se ha estabilizado durante los últimos años. Una de las lecciones de la crisis asiática de finales de los noventa, y que aprendieron los países que la sufrieron, es que debían mantener un crecimiento más equilibrado, sin recurrir en exceso a la financiación externa. La cuenta corriente, que se había mantenido deficitaria durante los años ochenta y noventa, aumentó de forma significativa a partir de entonces hasta situarse en el 3,0% en promedio entre el año 2000 y 2013. Esto ha permitido que, en general, los países de la región hayan acumulado un importante colchón de reservas que les permite afrontar potenciales episodios de inestabilidad financiera con más confianza.

La combinación entre una posición externa sólida y una capacidad de crecimiento encomiable se ha conseguido gracias a la fuerte expansión de la capacidad exportadora. Este es, seguramente, el principal ingrediente del éxito de la región. Sirva de ejemplo que, en 2010, las exportaciones de bienes y servicios del Asia emergente alcanzaron el 30% de la cuota mundial según datos de la UNCTAD, un registro superior al de la Unión Europea y al de los países del Área de Libre Comercio de América. Fundamentalmente, dos factores propiciaron el cambio. Primero, China se convirtió en 2001 en miembro de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Segundo, la revolución de las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC). La entrada de China en la OMC, y la ventaja competitiva de que sus costes laborales fueran bajos, atrajo de forma masiva la producción de las tareas más intensivas en trabajo, lo que, de forma indirecta, también benefició a los países vecinos de la región, que poco a poco se han ido integrando en la cadena de producción liderada por China suministrándole bienes intermedios.

La revolución de las TIC es igualmente importante. La disminución de los costes de comunicación ha permitido a las empresas ejercer una buena monitorización del proceso productivo con independencia de donde se localiza cada una de las fases de producción, y los principales países asiáticos la están aprovechando. Según el índice del Foro Económico Mundial, que mide la ca­­pacidad tecnológica de cada país, la situación de la región ha mejorado notablemente durante los últimos años, pero es especialmente destacable el avance que se ha producido en los principales emergentes asiáticos, que ya ocupan el segundo puesto en el ranking de las distintas áreas emergentes, solo por detrás de Europa.

La buena evolución de estas economías asiáticas se apoya en dos factores adicionales: la mejora del nivel educativo de la población y la sólida inversión en infraestructuras. De nuevo el índice del Foro Económico Mundial es útil para resumir las dinámicas en materia educativa de los distintos países emergentes. También en esta dimensión los europeos se desmarcan positivamente de sus homólogos asiáticos, pero en esta ocasión a una distancia menor. En cuanto a la inversión en infraestructuras, es revelador que de los diez principales puertos del planeta, nueve se encuentren en Asia.

Pero no todo son buenas noticias. Como no podría ser de otra manera, también hay riesgos que amenazan la región, entre los cuales destacan la desigualdad y la fragilidad institucional. No sorprende que un país que esté industrializándose y creciendo a tasas muy altas gracias a la demanda externa vea cómo aumenta la desigualdad entre las regiones que participan de la globalización (por ejemplo, las que tienen salida al mar) y las regiones interiores sin acceso al comercio internacional. Sin embargo, la tendencia creciente de los últimos años ha provocado que distintos indicadores hayan alcanzado valores preocupantes. Por ejemplo, una forma de medir la desigualdad es comparar los ingresos de las personas que representan el 10% más rico y las que representan el 10% más pobre. Siguiendo este procedimiento, mientras que el individuo que formaba parte del 10% más rico en EE. UU. en 2004 tenía 5,6 veces más que el 10% más pobre, la cifra ascendía a 10,8 en la India y a 13,7 en China. Es evidente que se trata de dígitos muy elevados que podrían provocar serias tensiones sociales.

El crecimiento económico también está poniendo a prueba la calidad institucional de la región. A medida que el nivel de actividad es mayor, más importante resulta disponer de instituciones sólidas que sean capaces de proveer un marco legal estable y eficiente. El índice «principio de legalidad» que calcula el Banco Mundial es muy ilustrativo en este sentido, ya que mide la confianza que depositan los ciudadanos en el cumplimiento de los derechos de propiedad y contratos y en la calidad de la justicia y la policía. Este índice varía entre –2 y +2, siendo el número más alto reflejo de mejores instituciones. Como referencia, en 2010, este índice era de 1,6 en EE. UU. Destacamos que el promedio para la región ha disminuido entre 2000 y 2010, pasando de 0,1 a 0,0. De nuevo, abundan también las diferencias entre países: por ejemplo, mejoró en China (de –0,5 a –0,3) y Malasia (de 0,3 a 0,5), y disminuyó en la India (de 0,3 a 0) y Tailandia (de 0,5 a –0,2).

Para concluir, aunque hemos visto que los países del Asia emergente no se pueden tratar como un conjunto homogéneo, el rol protagonista de la región en la economía global tiene visos de mantenerse en el futuro. Para que este sea el caso, será necesario llevar a cabo reformas institucionales, seguir invirtiendo en las TIC para beneficiarse de sus ventajas y de su potencial, y, naturalmente, mejorar también la educación.

Departamentos de Economía Europea y Economía Internacional,

Área de Estudios y Análisis Económico,
"la Caixa"

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