El impacto de la transición demográfica ¿es inevitable?

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12 de octubre de 2015

El crecimiento de la población se ha ido reduciendo de manera paulatina en los países desarrollados a lo largo de este último medio siglo. Este fenómeno corresponde al final de etapa de una transición demográfica en la que una sociedad que ya ha reducido su tasa de mortalidad de manera importante disminuye también su tasa de natalidad hasta cuotas similares (o incluso menores), y se produce un estancamiento (o descenso) del tamaño de la población. Al mismo tiempo, a este estancamiento de la población se le añade un aumento de la esperanza de vida que conduce a un importante envejecimiento. En este Dossier analizamos la amplitud de esta transición demográfica, su impacto sobre la macroeconomía y los cambios que pueden producirse a nivel po­­bla­­cional y que podrían modificar este impacto.

El informe «Perspectivas de la Población Mundial 2015» de las Naciones Unidas describe la ralentización del crecimiento de la población y señala que incluso se volverá negativo en algunas áreas geográficas. El descenso del nivel de población, que ya comenzó hace una década en países como Alemania, proseguirá durante el próximo decenio en otros, como España e Italia, y alcanzará al conjunto de la eurozona en 2030. Asimismo, los flujos de inmigración actuales, aunque positivos, no serán suficientes para contrarrestarla. A esta disminución se suma un cambio en la pirámide poblacional, que presenta una mayor proporción de población en edades avanzadas. El número de individuos de más de 65 años ha pasado de representar el 15% de la población de la eurozona en 1990 al 21% en 2015 y se espera que llegue al 24% en 2025 y alcance el 32% en 2050. En países como Alemania, Italia o España, más de un tercio de la población tendrá más de 65 años en esa fecha. La excepción (re­lativa) es Francia, que, gracias a una tasa de natalidad más elevada, podrá ir aumentando la población y retrasar el envejecimiento, aunque un 26% de sus ciudadanos serán mayores de 65 años en 2050. Evidentemente, este envejecimiento también se re­­gis­­trará en un futuro en los países en vías de desarrollo, aunque su pirámide poblacional muestra que aún no se está produciendo en la mayoría. Así, estos países tienen el potencial de retrasar el fenómeno de envejecimiento poblacional de los desarrollados, al menos de manera parcial, vía la inmigración.

Esta importante transformación demográfica puede influir de manera directa en el crecimiento económico. Una menor po­­blación puede conllevar una menor oferta laboral, un menor con­­sumo agregado y una menor necesidad de inversión, lo que disminuiría el tamaño de la economía en su conjunto. Por otro lado, el envejecimiento de la población implica un cambio de las características de su economía, al tener distintos grupos de edad distintas necesidades y capacidades productivas. La teoría del ciclo vital postula que los individuos intentan mantener un nivel estable de consumo a lo largo de su vida, de manera que ahorran cuando están en activo y empiezan a gastar sus ahorros a partir del momento de la jubilación. Así, suponiendo que no hay cambios en el comportamiento de los distintos grupos de edad ni en el nivel de población total, un envejecimiento de la población puede reducir la oferta laboral a la vez que el nivel de ahorro agregado. Sin embargo, una mayor esperanza de vida puede incentivar a los individuos a trabajar durante más tiempo, a invertir más en educación para aumentar su capital humano o ahorrar más antes de la jubilación para financiar un periodo más largo de inactividad, lo que podría contrarrestar los efectos mencionados. En gran medida, el efecto agregado sobre la oferta laboral determinará el impacto del envejecimiento sobre el PIB per cápita. La evidencia empírica señala que, hasta la fecha, dicho impacto ha sido negativo, aunque más bien limitado.1 El impacto del envejecimiento sobre el ahorro agregado también parece ser negativo (para más detalle, véase «Demografía y precios de los activos financieros: se agotan los vientos de cola» del presente Dossier). El cambio demográfico puede influir asimismo en los precios al añadir presiones deflacionarias en la economía si disminuye la demanda agregada (al reducirse la población, por ejemplo) y en la sostenibilidad del Estado del bienestar, al aumentar la proporción de población dependiente (véase «Cómo afectan las canas al gasto público», también en este Dossier).

Varios factores pueden modificar el impacto previsto de la transición demográfica en la economía. En primer lugar, aunque en este Dossier nos centremos en los aspectos demográficos, no hay que olvidar que un aumento de la productividad de la economía (a través de la tecnología, por ejemplo) pue­­­de contrarrestar de manera significativa los efectos del en­­vejecimiento, puesto que una mayor productividad incrementaría la tasa de crecimiento potencial a lo largo del periodo (véase el segundo gráfico). En segundo lugar, hay que tener en cuenta que las previsiones demográficas se han realizado bajo hipótesis específicas (como el nivel de fertilidad, de mortalidad o de inmigración) difíciles de predecir con exactitud, en particular a largo plazo, y existe por tanto un grado de incertidumbre sobre cómo acabarán materializándose. Finalmente, las previsiones demográficas asumen que el comportamiento de cada generación se mantiene constante, pero como hemos mencionado anteriormente, el comportamiento poblacional puede modificarse en respuesta a los cambios demográficos.2 Por ejemplo, si la edad de jubilación se ajustara al alza a medida que crece la esperanza de vida, el crecimiento del PIB podría ser más elevado.

Analicemos más en detalle los cambios en el comportamiento poblacional que pueden contrarrestar el impacto de esta transición demográfica: la natalidad, la inmigración y la oferta laboral. Un aumento de la tasa de natalidad puede reducir el envejecimiento poblacional. Sin embargo, la natalidad es endógena al desarrollo de un país y, a medida que este se va desarrollando, la natalidad disminuye hasta un nivel de bienestar tal en el que las preferencias sociales suelen cambiar y el Estado puede permitirse financiar importantes políticas de apoyo a la natalidad. En cualquier caso, modificar el patrón de natalidad de una sociedad es complejo y caro, por lo que difícilmente podrá contrarrestar por sí solo el efecto del envejecimiento.

Otra palanca para compensar el cambio demográfico de los países desarrollados es intensificar los flujos de inmigración. Se prevé que la inmigración neta anual entre 2020 y 2050 sea de un tamaño equivalente al 0,22% de la población de la eurozona y que tenga una mayor incidencia en España (0,27%), Alemania (0,25%) o Italia (0,24%) que en Francia (0,15%). Hay que tener en cuenta, sin embargo, la dificultad de predecir los flujos migratorios, que dependen tanto de las condiciones económicas y sociales de los países de origen como de los de acogida y que pueden cambiar rápidamente, como evidencia la reciente entrada masiva de refugiados a Europa estas últimas semanas. En todo caso, los flujos migratorios pueden tener un impacto considerable, en particular para los países con un mayor envejecimiento poblacional, como Alemania, pero deben gestionarse con las políticas de inmigración adecuadas para lograr que la integración tenga éxito.

Finalmente, se puede reducir el impacto de estos cambios demográficos a través de un aumento de la oferta laboral, ya sea me­­diante una vida laboral más extensa, ya sea mediante una mayor participación laboral. El incremento de la esperanza de vida, en especial de los años con buena salud, va a permitir que se pueda trabajar durante mucho más tiempo, un factor muy relevante pero que no siempre se tiene lo suficientemente en cuenta. Otra manera de acrecentar la oferta laboral es potenciar la participación laboral femenina y de otros grupos infrarrepresentados en la fuerza laboral, como los inmigrantes, así como incrementar el número de horas trabajadas.

En definitiva, los cambios en el comportamiento de la población pueden solucionar una parte importante de la transición demográfica que muy probablemente se producirá. Pero para ello es imprescindible utilizar todos los frentes disponibles, incluyendo la toma de decisiones políticas en el diseño institucional (reformas de los sistemas de pensiones y tributarios, de las políticas de inmigración, etc.). Si no, será casi imposible que los individuos tengan los incentivos y recursos necesarios para poder ajustar sus decisiones en la dirección correcta.

Josep Mestres Domènech

Departamento de Macroeconomía, Área de Planificación Estratégica y Estudios, CaixaBank

1. Véase IMF (2014), «Impact of Demographic Changes on Inflation and the Macroeconomy», IMF Working Paper 14/210.

2. Véase Bloom et al. (2011), «Implications of Population Aging for Economic Growth», NBER Working Paper 16705.

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