La economía digital: la revolución global de los datos

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Gerard Masllorens
Àlex Ruiz
9 de julio de 2015

Año 1800. John Adams, segundo presidente de los Estados Unidos de América, firma una ley en la que se decide la creación de una biblioteca que contenga «tantos libros como sean necesarios para el Congreso». En 1815 forman la Biblioteca del Congreso 6.487 libros. En la actualidad, cuenta con 158 millones de documentos, entre ellos 32 millones de libros. Su función ya no se limita a satisfacer la demanda de información de los congresistas, sino que, desde mediados del siglo XIX, actúa como depósito legal del país. Es, por tanto, un repositorio de prácticamente todo lo que se ha publicado en EE. UU. en los últimos 150 años. Bajo cualquier parámetro de medida, una cantidad ingente de información. Pues bien, Walmart, el gigante norteamericano de la distribución, gestiona una cantidad de información equivalente a la de la biblioteca por sí solo y en 22 segundos. No es un error: cada hora tienen lugar en Walmart un millón de transacciones, cuya información se integra en las bases de datos de la empresa.1 Impresionante como es la cifra, palidece cuando se amplía el foco. En 2013, IBM estimaba que el 90% de los datos disponibles en el mundo en ese momento se habían creado en los últimos dos años. En la misma línea, Eric Schmidt, CEO de Google, afirmaba en 2010 que cada dos días se generaba una cantidad de información equivalente a la creada desde el inicio de los tiempos hasta 2003. Son cifras de un orden de magnitud que sugiere el nacimiento de una forma revolucionaria de crear y de gestionar la información. El nuevo paradigma deriva de la digitalización de la información, es decir, del proceso de codificarla en formato digital. Una vez digitalizada, se puede reproducir y difundir a un coste marginal prácticamente nulo: la explosión de la información está servida.

Es impensable que este cambio de paradigma de la información no tenga efectos económicos y también, lógicamente, sobre la empresa.2 Para aproximarse conceptualmente a esta cuestión es preciso definir qué se entiende por economía digital: es aquella caracterizada por el uso de tecnologías digitales y que, según una acepción ampliamente empleada, la de Mesenbourg (2001), pivota sobre tres pilares básicos: las infraestructuras (hardware, software, redes, etc.), los procesos organizativos (el e-business) y los flujos de bienes y servicios (el e-commerce).3

Así definida, la economía digital está permeando, en mayor o menor medida, en prácticamente todas las empresas, puesto que utilizan las tecnologías digitales en muchos elementos de su cadena de valor. Sin embargo, todavía hay grados en este proceso, a partir de los cuales se pueden identificar teóricamente tres grupos de sectores o empresas. Los sectores que denominaremos «puros» son aquellos cuya razón de ser es la economía digital. Se han creado en este entorno, no se podrían concebir sin la digitalización y se desenvuelven íntegramente en el mundo digital. Empresas como Google o Facebook ejemplifican esta categoría. A un segundo grupo lo hemos bautizado como sectores «revolucionados». Son aquellos que, aunque existían antes de la revolución digital, han sufrido una transformación total con la digitalización, tanto en lo que se refiere a su producto básico como a los elementos restantes de la cadena de valor. Encajan en esta categoría sectores como las telecomunicaciones, la edición, la educación, los medios de comunicación o la música. Finalmente, las empresas cuya cadena de valor no se ha visto alterada en lo esencial son las que denominamos «tradicionales».

Los sectores puros y los revolucionados comparten tres aspectos económicamente relevantes: i) el coste de producir una unidad adicional se ha reducido muchísimo, hasta situarse, en algunos casos, en valores cercanos a cero; ii) el coste de acceso a sus productos también ha disminuido drásticamente y iii) el coste de distribución y de transporte es igualmente mucho menor de lo que era habitual. De hecho, en muchos productos puros o revolucionados la distinción entre acceso y distribución es irrelevante: una vez producidos, una app o un libro digital pueden descargarse (y la descarga es acceso y distribución al unísono) en el mundo entero a coste prácticamente cero.

Los datos muestran que la importancia de los sectores puros y revolucionados está aumentando de manera significativa. En particular, se dispone de numerosa evidencia de que el crecimiento de los flujos de datos globales está siendo substancial. Según un estudio de McKinsey,4 los flujos de datos internacionales se han multiplicado por siete entre 2008 y 2013. El dato, aunque colosal, queda superado ampliamente por el aumento del tráfico transfronterizo de internet, que se multiplicó por 17 entre 2005 y 2012. Siendo como es una evidencia indiscutible de la concreción del cambio de paradigma de la información a nivel internacional, la conclusión definitiva se obtiene cuando se analizan los datos desde el punto de vista de los productos y los sectores. McKinsey (2014) identifica el componente digital de distintos flujos globales mediante ejemplos concretos y constata que su peso ha aumentado de forma considerable en los bienes, pero sobretodo en los servicios y en los datos y las comunicaciones. No es aventurado afirmar que los sectores puros y revolucionados están concretándose a escala mundial en los flujos de los dos últimos ámbitos, indudablemente más digitalizables que los bienes, probablemente el último reducto de los sectores tradicionales (al menos por el momento, ya que el internet de las cosas promete sacudirlos también).5

Para acabar, ampliemos algo el foco de análisis y reflexionemos sobre qué significa este aumento sustancial de los flujos globales de datos e información en términos de globalización. En particular, ¿implica esta nueva metamorfosis de la globalización (que ha pasado en poco más de medio siglo de ceñirse a los movimientos de bienes y personas a incluir capitales y, ahora, contenidos digitales) que el mundo es ya, definitivamente, «plano»? Un mundo plano, según la acepción que popularizó en su día Thomas Friedman, es aquel en el cual las distancias y las barreras geográficas se han empequeñecido de forma abismal. Un mundo, en definitiva, altamente globalizado. Hasta la fecha, la conclusión de Friedman se podía considerar una descripción parcial de la realidad. Pankaj Ghemawat ha defendido sólidamente que la globalización no es tan amplia como a veces se da por supuesta. Según sus métricas, la mayoría de flujos de bienes, capitales, personas e información son domésticos: solo entre el 10%-20% de los flujos son internacionales y, de estos, un 40% se producen en el seno de una región de tamaño continental, y no global.6 El mundo sería, en todo caso, plano por regiones. Con todo, y aceptando el punto de partida de globalización parcial o regional, las cifras de crecimiento de los flujos de información transfronterizos son de un alcance tal que, en el ámbito de la economía digital, quizás el mundo será menos rugoso mucho antes de lo que imaginamos. Porque en el tiempo en que usted ha leído este artículo (en el caso de un lector promedio, en menos de 10 minutos), Walmart ha gestionado aproximadamente 20 nuevas Bibliotecas del Congreso, y no es descabellado pensar que algo de este proceso de generación, almacenamiento y uso de la información va a desbordar las fronteras nacionales. Y ese algo, visto el volumen mencionado, no va a ser precisamente pequeño.

Àlex Ruiz y Gerard Masllorens

Departamento de Macroeconomía, Área de Planificación Estratégica y Estudios, CaixaBank

1. Véase «Data, data everywhere: A special report on managing information». The Economist, 27 de febrero de 2010.

2. Sobre el impacto económico en términos agregados, véase el artículo «La era digital y su papel en la economía» del presente Dossier. Por lo que se refiere a los efectos sectoriales y empresariales, la cuestión se ha revisado en el artículo «Digitalizarse o morir: la transformación digital de industrias y empresas» del presente Dossier.

3. Véase Mesenbourg, T. L. (2001), «Measuring the Digital Economy», US Bureau of the Census.

4. Véase «Global flows in a digital age: How trade, finance, people, and data connect the world economy», McKinsey Global Institute, abril de 2014.

5. El internet de las cosas o de los objetos se refiere a la interconexión digital de objetos físicos con internet. Para más información sobre este tema, véase el artículo «Digitalizarse o morir: la transformación digital de industrias y empresas» en este mismo Dossier.

6. Véase Ghemawat, P., Altman, S. (2014), «DHL Global Connectedness Index: Analyzing global flows and their power to increase prosperity».

Gerard Masllorens
Àlex Ruiz
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