India: unas perspectivas favorables a largo plazo

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Jordi Singla
8 de enero de 2016
Billete de 10 rupias indias

La India tiene una importancia cada vez mayor en el concierto económico global. La segunda gran economía emergente, después de la China, con una población de 1.292 millones de habitantes, también es grande en términos económicos: la India representa el 7,1% del PIB mundial (en paridad de poder de compra), solo por detrás de los EE. UU. y la China.

Recientemente, este protagonismo se ha visto acrecentado por el hecho de que la India se ha mantenido al margen de la desaceleración de las economías emergentes y se postula como un recambio para una China que va más despacio. Mientras que el conjunto de las economías emergentes ha pasado de crecer un 5,2% en 2012 a un 4,0% previsto en 2015, el crecimiento de la India se ha acelerado del 5,1% al 7,3%, según el FMI. A esto se añade un cuadro macroeconómico mejorado gracias al rigor antiinflacionista del Banco de la Reserva de la India (el banco central) que, con su gobernador, Raghuram Ra­­jan, ha ayudado a que la inflación baje del 10,2% al 5,4% y que el déficit corriente se reduzca del 4,8% al 1,2% del PIB (véa­­se el artículo «India, la estrella emergente: ¿brillo del pasado o luz de futuro?», en este mismo Dossier).

Más allá del tamaño y de una coyuntura mejorada, la India es una economía con un potencial enorme. A su demografía favorable se une una gran riqueza en recursos naturales, el uso extendido del idioma inglés y un innegable espíritu emprendedor. Buena muestra de este dinamismo empresarial son las 14 empresas indias que figuran en el FT 500 de 2015.1 En comparación, la China tiene 37 empresas en el FT 500, pero una diferencia significativa es que la India tiene cuatro empresas en sectores considerados hi-tech (Infosys Technologies y Tata Consultancy Services en software e informática, Bharti Airtel en telefonía móvil y Sun Pharmaceutical en farmacia) mientras que la China no tiene ninguna. Sumándose a este pronóstico favorable, en su Informe de Perspectivas Económicas de octubre de 2015, el FMI estima que la India crecerá un promedio del 7,7% en 2017-2020, por encima del 6,2% previsto para la China (para una comparación más detallada, véase el artículo «India y China: tan cerca y tan lejos», en el presente Dossier).

La India parece, pues, destinada a ser un contendiente de primer orden en el concierto mundial, pero ¿no estaremos pecando de optimistas? ¿Se cumplirán realmente los pronósticos del FMI? ¿Puede la India sustituir a la China como el motor de las economías emergentes? La respuesta a todas estas preguntas está en manos del país y, de momento, se está tomando el camino correcto, que incluye los primeros pasos de una serie de reformas: en primer lugar, de la Administración pública y del mercado de trabajo, y también reformas fiscales, del suelo y bancaria.

Pese a estos pronósticos favorables, la India adolece de dos problemas graves: la pobreza y el déficit inversor en infraestructuras. La India es el país con más pobres del planeta. Según el Banco Mundial, 706 millones de indios (el 58% de la población) sobreviven con 3,1 dólares al día (medidos en paridad del poder adquisitivo) frente a 365 millones de chinos, lo que significa que gran parte de la población está excluida de servicios básicos como la sanidad, el agua potable, la vivienda, la energía y la educación.

El segundo problema de la India es el déficit en infraestructuras. Entre 2000 y 2012, la formación bruta acumulada de capital fijo de la India fue un 25% de la de la China (aunque tal vez en este último país las inversiones fueron excesivas). La consecuencia de esta situación es un atraso logístico y cuellos de botella productivos responsables de que el sector manufacturero aporte un relativamente bajo 17% al PIB, lo que también contribuye a que la India sea, en términos comerciales, una economía más cerrada que la China.

Parar atajar la pobreza y el déficit de infraestructuras es esencial reformar la Administración pública y el mercado laboral. En 2014, el primer ministro electo, Narendra Modi, recibió un mandato reformista claro de las urnas que muestra que estas reformas, además de necesarias, cuentan con un significativo apoyo popular.

La erradicación de la pobreza generalizada pasa por aumentar el gasto público en servicios básicos (alimentación, sanidad, educación) de forma substancial. A modo de ejemplo, el gasto en sanidad pública de la India en 2014 fue de un 1,3% del PIB, my inferior al 3,7% de la China, el 4,7% del Brasil o el 8,0% de los EE. UU. El crecimiento económico de la India permite financiar un incremento del gasto social, pero el verdadero obstáculo es la ineficiencia de la Administración, que hace que la ayuda se pierda por el camino y no llegue a los necesitados. Por ello, el primer objetivo de la reforma de la Administración pública es acabar con el denominado red tape. La reforma de la Administración debe establecer mecanismos de supervisión, una mejora de la ejecución de proyectos, una legislación en pro de una mayor transparencia, la racionalización de los ministerios (hay competencias que recaen sobre cinco ministerios), la potenciación de las entidades locales para acercarse al administrado y la simplificación judicial.

El segundo vector de la reforma de la Administración pública es la reducción de los conglomerados estatales. El objetivo del gobierno de Modi es una reducción de la participación estatal en dichos conglomerados de, como mínimo, el 25%. Ello liberaría capital para invertir en infraestructuras. De entre estos conglomerados, merece especial atención la minería del carbón, altamente ineficiente y causante de un problema grave de polución. Para producir un dólar de PIB, la India consume 3,4 veces la energía que consume Europa, 2,4 veces la que consumen los EE. UU. y 1,7 veces la que consume el promedio mundial. La situación se agrava en términos de emisiones ya que, por cada dólar de PIB, la India emite 4,8 veces el dióxido de carbono que emite Europa, 3,2 veces el que emiten los EE. UU. y 2,1 veces el que se emite, en promedio, a nivel global. Este serio problema medioambiental de la India se concentra en el carbón, del que el país es, junto con la China, el mayor productor y consumidor mundial. El 70% de las emisiones de la India proviene del carbón, lo que encaja con el hecho de que el 71% de la energía eléctrica india provenga del carbón y que solo un 11% provenga de fuentes hidráulicas.

Más allá del gasto social, una erradicación sostenible de la pobreza pasa por una mejora del mercado laboral. La tasa de actividad de la India para las personas de entre 15 y 64 años era del 56,5% en 2014, inferior al 76,0% correspondiente al conjunto de Asia oriental. Si la India tuviera la tasa de actividad de Asia oriental, que se sitúa 20 p. p. por encima, a niveles de productividad y retribución constantes, la pobreza se reduciría de forma significativa. La principal causa de esta baja participación en el mercado de trabajo es una cuestión de género. La tasa de actividad masculina de la India es del 82,5%, solo 1,7 p. p. inferior al 84,2% del conjunto de Asia oriental. Sin embargo, la tasa de actividad femenina de la India es del 28,6%, 40 p. p. inferior al 67,7% de Asia oriental. Esta diferencia de género, solo comparable con países de Oriente Próximo, obedece a factores culturales y requiere una legislación que incentive la incorporación de la mujer al mercado laboral. Por ahora, sin embargo, este punto no tiene concreción en la agenda reformista de Modi.

El otro vector de la reforma laboral debe encaminarse a la mejora de la productividad. El primer paso es lograr la unidad de mercado, con unas reglas comunes. La diferente legislación entre Estados dificulta que los empleados puedan desplazarse a zonas geográficas de mayor crecimiento y a clusters tecnológicos como los de Bangalore, Delhi, Chennai, Hyderabad, Pune, Mumbai y Calcuta, que ofrecen trabajos más productivos y mejor remunerados.

A modo de conclusión, hay que recordar que, si bien las reformas de la Administración pública y del mercado de trabajo son las más urgentes, no son las únicas necesarias. Por ejemplo, la fiscalidad debe reducir las trabas y regulaciones a las empresas, para potenciar la inversión extrajera y el sector manufacturero, que sigue siendo una asignatura pendiente de la economía india. Asimismo, se deben eliminar los impuestos distorsionantes y las diferencias fiscales entre Estados que contribuyen a que la India ocupe el lugar 130 en el índice ease of doing business del Banco Mundial, por detrás de Rusia (51), el Brasil (116) y la China (84).

Haciendo un balance de lo que aquí se ha dicho, todo apunta a que la India tiene ante sí un futuro brillante que la puede catapultar a una posición de genuino liderazgo en el concierto económico mundial. Pero alcanzar este brillante futuro supone también el reto formidable de vencer las ataduras del pasado. En esta cuesta ascendente, la India depende de sí misma y, por lo visto hasta el momento, está aprovechando sus cartas.

 

1. El FT 500 es un ranking de las mejores empresas globales que elabora anualmente el periódico londinense Financial Times.

 
Jordi Singla
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