¿‘Quo vadis’, globalización? (parte II): la fragmentación de la economía mundial
En este segundo artículo dedicado a la globalización, analizamos la creciente fragmentación de la economía mundial en los últimos tiempos, centrándonos en la desconexión entre EE. UU. y China, y en sus efectos.

La globalización comercial muestra una gran resiliencia tras la crisis de la COVID y hasta 2022, dentro de una tendencia de largo plazo de ralentización. Como repasamos en el Focus anterior, esta ralentización puede explicarse como la maduración lógica de un largo proceso de apertura de mercados, afectado además por un endurecimiento de las condiciones financieras. Ambos movimientos vendrían a descartar la tesis de que pueda suceder una desglobalización de raíz. En este segundo Focus, pasamos a analizar la evidencia de los últimos meses que, de forma aún parcial e indiciaria pero relevante en tanto que afecta a las principales economías, apunta a una creciente fragmentación de la globalización, que podría tener efectos diversos.
Pese a no acaparar tantos titulares como en el pasado, la guerra comercial sinoestadounidense continúa, como demuestran los elevados aranceles que mantienen ambas economías para con la contraparte.

Además, no parece que se esté dando una derivación comercial, en la que las exportaciones chinas estén buscando rutas alternativas para sortear los aranceles, o una relocalización de empresas chinas. Mientras que para la India o Vietnam el valor de los productos que importan desde China ha aumentado más que sus exportaciones a EE. UU., esto no ocurre para México, Canadá, Taiwán ni la eurozona. En términos de IED, los volúmenes de inversión chinos en estas economías tampoco alcanzan aún a los de los socios comerciales más afines.

Por otro lado, EE. UU. no solo estaría cambiando de proveedores sino que, como señalan varios estudios recientes, el país está siendo capaz de relocalizar parte de la producción externalizada con anterioridad a China a socios afines como México y Vietnam o incluso al propio EE. UU.
En tanto que los dos principales partidos políticos de EE. UU. comparten el objetivo de la desconexión con China, es de esperar que esta se profundice y aumente la tendencia a la fragmentación de la economía global. Además, hasta ahora, la desconexión no está dañando el crecimiento económico de EE. UU. ni a sus exportadores, que no han perdido cuota comercial global, a diferencia de los alemanes o japoneses.
Por otro lado, China sí ha perdido cuota de mercado global desde el repunte que tuvo en el primer año de la pandemia, si bien esta aún continúa por encima de la que tenía en 2018, y habrá que esperar un poco aún para ver el impacto de su reapertura post-COVID. El país ha evitado un mayor impacto de la guerra comercial con EE. UU. sustituyendo al mercado estadounidense por el europeo. De hecho, en términos relativos respecto al PIB, a medida que EE. UU. limitaba su exposición a China, la de la UE no hizo sino aumentar, al menos hasta finales del año pasado. Aunque es cierto que la UE ha sufrido una recuperación del PIB pospandemia más lenta que la de EE. UU., lo que podría estar distorsionando esta tendencia, lo cierto es que China está siendo cada vez más capaz de exportar productos de alto valor añadido a la UE (por ejemplo, coches eléctricos).

Otra derivada de la desconexión entre China y EE. UU. que amenaza la salud de la globalización adicional es la agresiva política industrial y de subsidios de ambos países, que puede adulterar la competencia con la industria del resto de los países.
En el caso de EE. UU., los grandes paquetes de estímulo público para impulsar las industrias verde y digital


En el caso chino, la política industrial se está concentrando en aumentar la producción de coches eléctricos, lo que le está permitiendo ganar una fuerte cuota de mercado en Europa. Esto está causando ya tensiones comerciales, y de hecho la Comisión Europea acaba de anunciar que abrirá una investigación sobre las subvenciones públicas que pueda estar recibiendo la producción de vehículos eléctricos en China y que podrían estar distorsionando el mercado comunitario. De ser así, la UE podría imponer unos mayores aranceles (que actualmente se sitúan en el 10%) a los automóviles chinos, en una muestra de los riesgos que el uso descoordinado de los subsidios públicos al desarrollo industrial suponen para la globalización (entre otros problemas).

Si bien los datos agregados de comercio mundial no muestran aún una desglobalización radical, sino una paulatina ralentización fruto del agotamiento esperable de un proceso de apertura de mercados, hay cada vez más evidencia que apunta a una creciente fragmentación de la economía mundial en los últimos trimestres. Y aunque esta fragmentación podría llegar a tener efectos beneficiosos en algunas de las regiones del mundo menos involucradas en la globalización hasta ahora, como Latino-américa, evitando con ello una caída significativa de los datos de comercio agregado, su efecto aún está por sentirse por completo. Lo que parece claro es que la globalización está mutando. El comercio de manufacturas no seguirá expandiéndose en las regiones donde lo hizo durante 30 años, aunque el comercio de servicios aún puede expandirse significativamente. O, al menos, podría hacerlo si el mercado global permanece relativamente unificado y conectado, algo para lo que cada vez hay más indicios que lo ponen en duda.