Paisaje después de la tormenta
Una vez transcurridos 100 días desde la llegada de Donald Trump a la presidencia de EE. UU. y cinco semanas tras el anuncio de las subidas arancelarias, la sensación es de calma tensa en la economía y los mercados financieros, a la espera de cómo vayan evolucionando las negociaciones entre los grandes bloques comerciales.

Nada se ha roto de forma definitiva, pero ha sido significativo el deterioro de la confianza que se ha producido en los agentes económicos, inversores e, incluso, entre tradicionales aliados políticos. En economía, como en tantas otras facetas de la vida, hay daños reparables y otros que son más difíciles de restañar, sobre todo cuando desaparece la certidumbre y la previsibilidad. Más allá de la esperanza que se pueda derivar de recuperaciones puntuales en los precios de los activos financieros, no se debe olvidar que, hoy en día, el arancel efectivo de EE. UU. sigue situado en el 23% (3% antes del «día L»). Por tanto, con la economía entrando en una nueva era, como ha señalado el FMI en su última reunión semestral, el riesgo de cambios en el paradigma económico de las últimas décadas sigue encima de la mesa, con afectación potencial a variables económicas y financieras, así como a cuestiones tan importantes como el papel del dólar como moneda de reserva global.
De momento, los datos de crecimiento del 1T, aunque sirven de poco para extrapolar tendencias futuras, han reflejado que la economía mundial seguía mostrando solidez y resiliencia antes de la tormenta, pese a la dificultad de filtrar las distorsiones causadas por la anticipación de decisiones de los agentes. En EE. UU., el aumento de las importaciones previo al 2 de abril (+9% intertrimestral) provocó una ligera caída en el PIB de enero a marzo (–0,1% trimestral), algo que podría revertirse en el 2T, mientras que las sorpresas positivas en el crecimiento de la eurozona (0,4%), China (1,2%) o Taiwán (2,4%) reflejan la otra cara de la moneda en los flujos comerciales. En conjunto, ordenado de enero a marzo, la economía mundial habría seguido en zona de aterrizaje al crecer alrededor de un 2,7% frente al 3,2% de 2024. Pero, a partir de ahora, entramos en territorio ignoto, a la espera de la intensidad del ajuste en los intercambios comerciales en los meses centrales del año, así como en los efectos de la incertidumbre en las decisiones de consumidores y empresas. Aunque también es cierto que la fuerte caída del precio del petróleo (–17%) y gas natural (–30%) desde enero ejercerá de contrapeso al ajuste a la baja del crecimiento para buen número de países. Y que el intenso movimiento de depreciación del dólar amplía los grados de libertad de la política económica fuera de EE. UU. para responder a los nuevos shocks, especialmente en países emergentes.
Por tanto, lo que ya sabemos es que la desaceleración global va a ser más intensa de lo que pensábamos hace unos meses, que el riesgo de estanflación en EE. UU. no es despreciable y que la asimetría de la naturaleza del shock provocado por la guerra arancelaria (de oferta en EE. UU. y de demanda en el resto del mundo) llevará a respuestas de política económica diferentes en cada región, especialmente en la vertiente monetaria. Si el equilibrio final es un escenario en el que se logran acuerdos comerciales y el arancel medio americano se reduce hasta la zona del 10%-15%, podríamos estar en la hipótesis central del FMI, con un crecimiento mundial débil (2,8%) pero evitando una recesión global. También se pueden generar escenarios más negativos, con un importante deterioro de las relaciones comerciales, que provocaría una desaceleración económica más pronunciada, caídas en los mercados financieros y una respuesta más contundente por parte de gobiernos y bancos centrales para contener los riesgos sistémicos. En todo caso, la clave será el resultado final de la negociación entre China y EE. UU., pues afectará a las cadenas de valor, a los flujos de ahorro internacionales y obligará al resto de países, especialmente a las economías conectoras (Vietnam, México, etc.), a optimizar sus relaciones comerciales con ambas potencias económicas para defender sus ventajas competitivas. En este contexto, los termómetros para medir la temperatura de las negociaciones y enfriar en caso necesario estrategias de negociación agresivas por parte de la Administración americana serán la evolución de la rentabilidad del bono a 10 años americano (con el 5% como nivel clave) y el comportamiento del dólar. Trump puede ganar la mayoría de los pulsos, excepto el de los mercados financieros. De la misma manera que el comportamiento de la inflación en EE. UU. también será clave, teniendo en cuenta que las elecciones de mid-term están a la vuelta de la esquina. Muchos polos de riesgo abiertos para una economía mundial que deberá seguir lidiando con el riesgo geopolítico (con el conflicto entre India y Pakistán como nuevo polo de incertidumbre) sentada sobre una montaña de deuda nada despreciable (324 billones de dólares o un 325% del PIB global).