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La COVID-19 y las medidas de distanciamiento social impuestas para frenar su avance han obligado a teletrabajar a un gran número de personas. Se trata de una práctica que, hasta el momento, estaba poco extendida en nuestra sociedad, pero que, seguramente, perdurará más allá de esta pandemia. El paso de ir a la oficina –donde se desarrollan un gran número de tareas susceptibles de llevarse a cabo en remoto– a teletrabajar tiene efectos en muchos ámbitos, desde los puramente económicos hasta los sociales. En este artículo nos centramos en la esfera económica, en particular en las consecuencias del teletrabajo en la productividad.
¿Cuáles son las implicaciones del teletrabajo en la movilidad urbana y, desde una perspectiva a más largo plazo, sus implicaciones en el mercado inmobiliario residencial?
La irrupción de la COVID-19 ha impactado de lleno en numerosos ámbitos sociales y económicos. El lugar y la manera en la que trabajamos es solo uno de ellos. Hasta ahora, las oficinas eran un espacio de trabajo, de reunión y de socialización, atributos que, gracias a la tecnología, pueden desarrollarse a distancia. En tiempos de coronavirus, ¿están las oficinas heridas de muerte?
El sostén de las políticas económicas, sumado a la expectativa de recuperación económica en 2021, ha sido clave para explicar el desempeño de los mercados en 2020. Y, por lo tanto, la evolución de la pandemia, la capacidad de recuperación de la economía y la protección de las políticas sobre el tejido productivo seguirán marcando el compás de los mercados financieros en 2021.
La guerra en Ucrania ha alimentado el temor a un desabastecimiento de determinados insumos esenciales para el sector agroalimentario, debido a que Rusia y Ucrania son actores principales en la oferta mundial de cereales, aceites y fertilizantes, entre otras materias primas. Por ello no sorprende que, tras el estallido del conflicto, los precios de las materias primas agrícolas en los mercados internacionales repuntaran de forma muy marcada. Una escalada de precios que se ha trasladado a los costes de producción del sector agrícola español, importador neto de fertilizantes y piensos, y que está repercutiendo sobre los precios de los alimentos que pagan los consumidores finales. Sin embargo, los desarrollos más recientes (los acuerdos para liberar parte del cereal retenido en el mar Negro y las buenas cosechas en otros países productores) han ayudado a estabilizar los precios agrícolas y a reducir el riesgo de una crisis alimentaria global.
La economía española creció un 5,0% en 2021, un registro elevado en términos históricos, aunque levemente por debajo de lo que se esperaba, teniendo en cuenta que a comienzos de año se preveían tasas de crecimiento del PIB más próximas al 6,0%. Varios factores, tanto internos como externos, han restado vigor a esa reactivación de la economía. Entre los internos, destaca una activación del programa NGEU algo más lenta de lo previsto, que se tradujo en una recuperación modesta de la inversión. Entre los factores externos, sobresalen el encarecimiento de los costes energéticos y los problemas en las cadenas de suministros globales, ambos agravados significativamente por la guerra en Ucrania.
El sector turístico español ha empezado 2023 con robustez. Las llegadas de turistas internacionales han alcanzado los niveles de 2019 y el gasto turístico internacional ha batido récords. El turismo doméstico ha continuado creciendo desde 2022, pero con menor impulso por la combinación de pérdida de poder adquisitivo y de mayores salidas al extranjero. Aunque el turismo es actualmente uno de los motores de la economía española, es probable que aparezcan varios vientos de cara en los próximos trimestres. El complicado panorama macroeconómico en los países de origen de turistas internacionales, la reactivación de los destinos más lejanos para el turista europeo y español, y la competencia de destinos más económicos apuntan a una desaceleración del sector turístico a medida que nos aproximemos a 2024.