Las raíces profundas de la polarización, o sobre la necesidad de recuperar el relato perdido

Históricamente, cuando se han producido cambios económicos profundos, la polarización política ha aumentado. El auge de la polarización política que observamos hoy en día tiene sus raíces en el cambio tecnológico, la globalización y el cambio demográfico. Las democracias liberales se enfrentan al enorme desafío de rehacer un relato común.

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Àlex Ruiz
15 de mayo de 2019
"La libertad guiando al pueblo" de Eugène Delacroix

La polarización política ha aumentado. En algunos países, el fenómeno toma la forma de la aparición de nuevos partidos, cuya presencia en los parlamentos los torna más fragmentados que en el pasado. En otros, en cambio, la polarización se materializa principalmente en una mayor dispersión sobre temas centrales en la sociedad en el seno de sus partidos tradicionales. Y, finalmente, algunos combinan ambas expresiones del fenómeno. En Europa se han dado la primera y tercera variantes, mientras que EE. UU. es el caso paradigmático de la segunda (los votantes demócratas son más progresistas y los republicanos más conservadores que en el pasado).1 Aunque a veces la opinión pública tiene la percepción de que el auge de la polarización política es reciente, la literatura académica tiende a avalar que, aunque se ha acelerado en las últimas dos décadas, el recorrido al alza ya es detectable desde finales de la década de los setenta. Estamos, pues, ante un fenómeno de largo recorrido que representa, se mire como se mire, un cambio estructural en las democracias liberales.

Ahora bien, ¿equivale cambio estructural a reto decisivo? ¿Encierra el aumento de la polarización riesgos de calado sobre el funcionamiento de la propia democracia? En definitiva, ¿podemos afrontar una cuestión tan central como compleja desde una perspectiva rigurosa y obtener, sino una respuesta definitiva, sí un terreno algo más firme sobre el que poder hacer aportaciones que contribuyan al debate social? Bien, intentémoslo al menos.

 
El pasado como guía

De entrada, veamos lo que nos dice la experiencia histórica. Una primera constatación es que, en el pasado, el aumento significativo de la polarización política ha sido un elemento presente en muchos cambios económicos y sociales profundos. Aunque los contemporáneos de cada momento no utilizaban nuestra terminología, el aumento de la dispersión de las preferencias de los ciudadanos se puede identificar en la crisis de la polis griega, en el paso de la República romana al Imperio, en la crisis de la Baja Edad Media, en las revoluciones burguesas del s. XVIII y del s. XIX y, por supuesto, en la debacle de los años treinta. Pero la historia nos puede dar más información: en todos estos casos, los cambios de régimen político que se produjeron se vieron acompañados por una serie de transformaciones estructurales de calado.

Específicamente, en estos episodios de aumento de la fragmentación de las preferencias políticas, se combinan algunos, o todos, de los siguientes elementos: una ampliación del área económicamente relevante para la sociedad de su momento (lo que podemos asimilar a una cierta forma de globalización), un cambio significativo de las tendencias demográficas y una transformación tecnológica. Así, por ejemplo, en el paso del mundo clásico al helénico detectamos globalización; en la caída de la república romana, demografía y globalización; en la crisis bajomedieval, demografía y globalización; en las revoluciones burguesas, cambio tecnológico, demografía y globalización, y, finalmente, en la crisis de los treinta, de nuevo los tres anteriores. Por tanto, de esta primera exploración, la histórica, se desprende tanto que la polarización política parece estar presente en muchos cambios políticos sistémicos como que la polarización parece convivir con los tres fenómenos que hemos denominado globalización, cambio tecnológico y demografía.

El siguiente paso en este viaje intelectual tiene que ser, precisamente, tratar de clarificar las relaciones que se pueden establecer entre globalización, cambio tecnológico y demografía, y aumento en la polarización política, ya que si fueron importantes en el pasado aún lo deberían ser más en la actualidad al estar las tres tendencias plenamente presentes. Y bien, ¿qué dice la literatura existente sobre esta cuestión? La conclusión esencial es que los tres ámbitos son significativos para explicar la polarización y que esta afirmación la podemos hacer basándonos en una evidencia empírica que, sin ser todavía abundante, sí apunta en la dirección mencionada con razonable solidez.

 
A vueltas con la compleja relación entre cambio tecnológico y polarización política

La transformación tecnológica incide sobre el aumento de la polarización mediante dos canales principales, el del mercado de trabajo y el de los medios de comunicación. Comencemos por el primero de estos mecanismos. En los países avanzados está estudiado que el cambio tecnológico ejerce presión y aleja las retribuciones de los grupos de trabajadores de alta cualificación respecto a los de baja cualificación, lo que a su vez se refleja en un aumento de la llamada prima educativa: si el cambio tecnológico intensifica la demanda relativa de personal altamente cualificado, y parte de esta capacitación exige niveles educativos también relativamente más elevados, es lógico pensar que se va a constatar que, a mayor nivel educativo, el salto retributivo va a ser más que proporcional. En definitiva, el cambio tecnológico contribuye a generar «ganadores» y «perdedores» que, probablemente, diferirán en sus preferencias políticas en mayor medida que en el pasado.2

No obstante, hay que manejar la relación entre desigualdad salarial y polarización política con cautela. Ciertamente, alguna medida de desigualdad suele incluirse como variable explicativa en los ejercicios empíricos que tratan de establecer los factores determinantes de la polarización.3 Los resultados son variados y, por extensión, no exentos de controversia. En términos generales podemos decir que, aunque la asociación aparente entre desigualdad y polarización es elevada, establecer de forma rigurosa la causalidad no es sencillo. Los trabajos más serios abren las puertas a una posible bidireccionalidad entre desigualdad y polarización.4 Se trata de un resultado que tiene lógica, toda vez que, a largo plazo, es posible que cambios en la polarización, que puede deberse a diferentes causas, pueden tener como resultado respuestas de políticas públicas que afecten a la desigualdad. Un ejemplo paradigmático es el norteamericano, en el cual el aumento de la polarización de los votantes de los dos partidos principales ha complicado la defensa de medidas de carácter redistributivo.

La desigualdad salarial tiene, a su vez, una derivada quizás menos central pero que, en EE. UU., se ha mostrado con cierta relevancia en el debate que nos ocupa: la de cambios en el «mercado» matrimonial que podrían incidir sobre el aumento de la polarización. Concretamente, la existencia de la mencionada prima educativa también parece trasladarse a una dimensión más cercana a la demografía, ya que algunos autores, como Fernández y Rogerson (2001),5 sugieren que se está intensificando el emparejamiento entre personas con niveles educativos más similares, lo que, en última instancia, comporta que en la sociedad empiezan a prevalecer parejas compuestas de solo «ganadores» y solo «perdedores» del cambio tecnológico, y menos de parejas «mixtas». El resultado es que las demandas políticas que derivarán de esta sociedad demográficamente más fragmentada son, previsiblemente, también más polarizadas.

Junto a la vía del mercado de trabajo, y como se ha mencionado anteriormente, el segundo ámbito importante para entender cómo los cambios tecnológicos inciden en el cambio de preferencias políticas es el canal de los medios de comunicación. Esta es una cuestión que se ha estudiado profusamente en los últimos tiempos, al calor de cuestiones como el auge de los medios digitales, la crisis del modelo de negocios de los medios convencionales o la dificultad para establecer la veracidad de la información en este nuevo ecosistema. Aunque se está lejos de llegar a conclusiones definitivas, la literatura parece convenir que, una vez constatada la fragmentación de oferta y demanda (o en términos más propios del sector, la de medios y audiencias), ambos lados del mercado se retroalimentan a través de dos mecanismos. El primero es lo que a veces se conoce como «efecto silo», es decir, que el público se autodirige hacia medios cuyo sesgo informativo tiende a reforzar los apriorismos de espectadores y lectores, lo que contribuye a aumentar la polarización de la sociedad. Un segundo elemento es lo que podría denominarse «sesgo de contenido», esto es, la basculación que se ha observado en las últimas décadas (con salvedades temporales y geográficas notorias, todo hay que decirlo) a favor del contenido de entretenimiento en detrimento de los programas y espacios propiamente informativo-políticos. Dada la prevalencia del presente en nuestras miradas, conviene recordar que esta dinámica no nace con internet, que ya tiene su edad por cierto, sino con la introducción de las cadenas de cable en EE. UU.

 
La globalización, acelerador de la polarización

El impacto del cambio tecnológico sobre la polarización, por tanto, opera a través de dos grandes esferas de actuación, la del mercado de trabajo y la de los medios de comunicación, pero también incide en el segundo de los determinantes estructurales que mencionábamos, la globalización. Este es un campo en el que es complejo discernir los canales causales específicos, ya que, de hecho, globalización y cambio tecnológico interactúan estrechamente. Eso se debe, en particular, al hecho de que una de las formas en las que se produce la difusión tecnológica es mediante el comercio internacional y a que la propia globalización es el resultado, al menos en parte, del cambio tecnológico. Pero a pesar de esta dificultad notoria, se han hecho intentos de cuantificar la importancia específica del comercio internacional sobre la polarización. Los resultados, incipientes porque la vía de exploración es relativamente novedosa, parecen apuntar a un efecto significativo tanto en EE. UU. como en Europa. En el primer caso, como defienden Autor y sus coautores (2016), se ha constatado que en los distritos electorales más afectados por el aumento del comercio con China han tendido a reducirse los representantes más moderados, mientras que en Europa, según Colantone y Stanig (2017), el crecimiento de las importaciones chinas se puede asociar con un mayor apoyo a posiciones políticas más polarizadas.6

En términos más generales, se puede defender que la globalización (más o menos reforzada por el cambio tecnológico) es un factor que refuerza, más que determina, líneas de fisura ya existentes en las sociedades occidentales. Esta es la tesis de, entre otros, Rodrik (2018),7 que menciona como algunos de estos puntos divisorios la oposición entre profesionales móviles y productores locales, entre regiones y sectores competitivos en la globalización de aquellos que no lo son o, la ya mencionada anteriormente, entre trabajadores cualificados y no cualificados.

 
El vector demográfico: generaciones y migraciones

El tercer gran ámbito estructural que antes se mencionaba es el del cambio demográfico. Este es un terreno resbaladizo que se presta a lecturas simplistas, con lo que es importante ser preciso. De entrada, parece lógico pensar que si la población es más diversa que en el pasado en las sociedades occidentales, la expresión política de dichas sociedades podría ser también más heterogénea. Dos de las vías principales a través de las cuales la diversidad de la sociedad se ha materializado en las últimas décadas son la mayor polarización de valores y opiniones entre generaciones (lo que usualmente se conoce como gap generacional) y la fragmentación de preferencias que genera el fenómeno de la inmigración. La primera de estas cuestiones, la del gap generacional, ya ha sido estudiada anteriormente en las páginas de nuestro Informe Mensual (Murillo y Ruiz, 2018) y ante la cuestión de si son los millennials más «extremistas» que las generaciones precedentes, se constata que, efectivamente, en los primeros las posiciones extremas de la distribución de preferencias ideológicas están más «pobladas» que en las generaciones anteriores (conocidas como Generación X y baby boomers).8 Además, las cifras apuntan a que las posiciones de ambos lados del espectro ideológico son más extremas que las generaciones precedentes, pero lo son en prácticamente el mismo grado en izquierda y derecha. En cualquier caso, y para no sobreleer el «extremismo», conviene recordar que los millennials de extrema izquierda o extrema derecha son, como sucede en todas las generaciones de las que existen datos, una minoría (algo más del 11% en los millennials, sumados ambos extremos).

El segundo factor que ha hecho más diversas las sociedades occidentales es la inmigración. Aquí entramos en un campo trufado de prejuicios y, por tanto, debemos ser especialmente cuidadosos al separar lo que parece verosímil de lo que realmente sabemos a partir de la evidencia empírica. De entrada, hay que recordar que tener una proporción de inmigrantes significativa no implica, por sí mismo, una fragmentación política elevada. La experiencia histórica más exitosa de integración de poblaciones diversas en una comunidad de valores relativamente homogénea es la estadounidense, capaz de sumar diversidad sin dejar de conseguir lo que Francis Fukuyama denomina una identidad, es decir, el disponer de un conjunto de valores compartidos que te convierten en miembro de una comunidad (el famoso melting pot norteamericano).

No obstante, incluso en EE. UU., en las últimas décadas, parece haberse dado algún cambio de calado, ya que la percepción pública sobre la inmigración se ha fragmentado, tesitura que complicará seguir llegando a ese crisol común que caracterizaba al país. Así, según datos del Pew Research Center, en 1994, cuando a los votantes demócratas y republicanos se les preguntaba si la inmigración era una carga en términos de empleos perdidos y gastos sociales (así es la pregunta en la encuesta), la cuestión suscitaba prácticamente el mismo porcentaje de respuestas afirmativas en ambos grupos (con solo 2 puntos de distancia entre ambos). En cambio, en 2014, la proporción de encuestados republicanos que consideraban la inmigración problemática era 19 puntos mayor que la de los demócratas.9 En Europa puede estar sucediendo algo parecido, aunque con tintes propios. Según datos del propio Pew Research Center de 2018, se comprueba que, en una muestra significativa de países europeos, la opinión negativa sobre la inmigración es mayor en las colas de la distribución ideológica de derecha que en las del centro o de izquierda.10 Así, cuando se calcula la diferencia de encuestados de derecha y de izquierda que consideran que la inmigración «es una carga», los primeros superan en 23 puntos a los segundos. Parece, por tanto, que la cuestión de la inmigración es un factor importante en la forma en la que se está manifestando la polarización en el seno de los dos principales partidos estadounidenses y también en el espectro ideológico europeo.

¿Agotan estos tres factores (cambio tecnológico, globalización y demografía) todas las posibilidades explicativas? En aras de la exhaustividad, tenemos que recordar que existe un debate muy rico sobre el peso relativo de otros tipos de factores, los que se denominan culturales. En esencia, la idea de fondo es que los cambios seculares en las sociedades occidentales, como la terciarización, han comportado un doble efecto, el que se podría denominar de inseguridad económica (de facto, ya implícita en los factores antes mencionados en el presente artículo) y el que se presenta como aumento de la diversidad, los cuales, combinados con un aumento en décadas anteriores hacia valores posmaterialistas y socialmente progresistas, han generado lo que autores como Pippa Norris y Ronald Inglehart denominan un repliegue cultural (cultural backslash) de los segmentos más conservadores en materia social de los países occidentales, lo que ha contribuido a un aumento de las posiciones ideológicamente más polarizadas. Aunque la tesis está siendo sujeta a un profundo debate académico, y dista de ser comúnmente aceptada, sí que es sugerente por lo que tiene de complementar los determinantes estrictamente económicos de la polarización con otros más cercanos a los valores y otros atributos soft. En ejercicios similares en estas mismas páginas, se ha llegado a conclusiones semejantes: el aumento de la polarización se puede vincular, en cierta medida, con factores culturales y, por tanto, no se puede circunscribir exclusivamente a determinantes económicos.

Y a pesar de todo... el futuro no está escrito

Momento de recapitular y de otear el futuro. Si acabásemos aquí el presente artículo, la síntesis podría ser la siguiente: la historia nos dice que la polarización política está presente en muchos cambios políticos sistémicos seculares y que los factores de fondo que en el pasado han alimentado el aumento de la polarización (en particular, cambio tecnológico, globalización y demografía; quizás también los factores culturales) están activos en nuestras sociedades contemporáneas. ¿Y qué conclusión se deriva? ¿Que vamos inevitablemente a un nuevo tiempo de cambio profundo político? Aquí el lector podría estar esperando una respuesta vaga, del tipo, «el futuro, ya se sabe, tan incierto...». Pero, por una vez, y sin que sirva de precedente, se va a apostar por una conclusión sin ambages: no está escrito que ese sea el resultado inevitable. Los factores estructurales marcan una dirección, pero no determinan el destino, especialmente en sociedades que tienen la fortuna de disponer de democracia. Churchill probablemente estaba en lo cierto, la democracia es el peor de los sistemas, con la salvedad de todos los restantes. En el mismo espíritu, las actuales democracias liberales son perfectibles y renovables, es indudable, pero su calidad y, sobre todo, su potencial de mejora deberían permitir que, incluso ante una polarización creciente, se arbitren formas de crear consenso y recuperar el imprescindible relato común que toda sociedad necesita para construir su futuro.

 

1. Para una caracterización amplia del fenómeno de la polarización política, véase el artículo «Polarización política: el fenómeno que debería estar en boca de todos» en este mismo Dossier.

2. Sobre la cuestión véase, por ejemplo, el artículo «Desigualdad y populismo: mitos y realidades», en el IM01/2017.

3. Sin ir más lejos, véase el Dossier «Polarización: el legado de la crisis y otras fuerzas coyunturales», en este mismo Informe Mensual.

4. Véase Duca, J. V. y Saving, J. L. (2016). «Income inequality and political polarization: time series evidence over nine decades», Review of Income and Wealth, 62(3), 445-466.

5. Fernández, R. y Rogerson, R. (2001). «Sorting and long-run inequality». The Quarterly Journal of Economics, 116(4), 1305-1341.

6. Véanse Autor, D., Dorn, D., Hanson, G. y Majlesi, K. (2016). «Importing political polarization? The electoral consequences of rising trade exposure». National Bureau of Economic Research n.º w22637. Y Colantone, I, y Stanig, P. (2018). «The trade origins of economic nationalism: Import competition and voting behavior in Western Europe». American Journal of Political Science, 62(4), 936-953.

7. Véase Rodrik, D. (2018). «Populism and the Economics of Globalization». Journal of International Business Policy, 1-22.

8. Véase el artículo «Millennials y política: mind the gap en el Dossier del IM04/2018.

9. Pew Research Center (2014). «Political Polarization in the American Public».

10. Pew Research Center (2018). «In Western Europe, Populist Parties Tap Anti-Establishment Frustration but Have Little Appeal Across Ideological Divide».

Àlex Ruiz
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